AL LECTOR:

Narraciones de hechos y acontecimientos recordados por el autor; otras recogidas de la tradición oral y escrita.

domingo, 2 de septiembre de 2007

EN TORNO A CELSO AMIEVA



Cuando camino por la Calle Mayor y por las calles aledañas, no puedo dejar de leer los versos grabados en placas de hierro del poeta llanisco al que tuve la suerte de tratar aunque sólo sea de forma efímera. En el año 1985 asistí invitado a un homenaje que el Ayuntamiento de Llanes le dio. Fue en la terraza del Hotel D. Paco donde lo recuerdo un día soleado. Hubo un momento en que le dejaron solo los periodistas y amigos. No hubiera tenido ocasión de conversar con él si no fuera porque me encontraba al lado de su hermano, mi bienquisto profesor de Física de mi época de bachiller del Instituto, D. Andrés, y que me presentara como alumno suyo. Eso bastó para relajarme y aportar mi parte en aquel homenaje. Acababa de leer “Asturianos en el destierro”, obra que había sido publicada por Ediciones Ayalga en 1977. Habían bastado dos cosas para entusiasmarme con su lectura. Una, el hecho de ser autor llanisco y otra por tratar en él de la guerra y el exilio. En dicho libro, menciona a un compañero en el campo de concentración de Argelès francés y que cualquier lector pudiese imaginar personaje ficticio de pura invención novelística. Pero, coincidencias de la vida, me recordé de una historia que había oído contar sobre alguien como él y de esa forma, todos los demás nombres dados por Celso Amieva en la obra recobraron identidad real.

"Habiendo dejado mujer y una hija a punto de nacer por escapar de las represalias, que se tomaban contra los que se habían alistado en el ejército republicano, logró no sin contratiempos pasar la frontera. Cuando pudo, mandó las primeras noticias suyas a la dirección de su mujer. Deseaba estar al día de lo que pasaba en su tierra con el ánimo de regresar cuando se acabase todo, pero no recibía noticias de ella. Pensaba en su hija a la que no había podido ver nacer. Cuantas cartas mandó a Asturias, tantas acabaron en la papelera o en los archivos del puesto de guardia del pueblo. Al fin, un día recibe la contestación a la última carta mandada por él. En lugar de una extensa misiva de su amada, pudo leer algo así: " su mujer e hija han fallecido atropelladas por un camión". Cagancho no volvió a mandar más cartas y pasado algún tiempo, se casó con la hija del dueño de la granja donde trabajaba desde hacía unos años.
Pasaron cuatro décadas. En un pueblo asturiano, como en tantos otros, vivía una mujer de canosa cabellera que tanto en su atuendo como en sus historias portaba el luto al que se había consagrado de por vida. Las cosas en España estaban cambiado con los últimos acontecimientos políticos. Habían regresado los más destacados políticos del exilio. Ya le parecía que tardaba, para ser cierto lo que su corazón decía que estaba vivo, a pesar de la nota que había recibido del puesto de guardia, por la que supo de la  muerte de su marido, en los primeros años, tras la fuga de un campo de concentración francés.
Su hija con su marido, viajaba todos los veranos al país vecino. A la madre no le decían nada por no darle falsas esperanzas, con el afán de encontrar al padre. Habían oído contar a gentes que habían emigrado a Francia haber oído hablar a otros de su padre, pero nada había en claro. Aunque no concordaban todas las habladurías, en ellas coincidía una: la misma localidad de ubicación. Era cuestión de batir el terreno, primero barrio por barrio y comprobar las listas de correos en los buzones de los edificios. Habría sido un trabajo arduo a no ser que la suerte se pusiese de su lado. Así, durante varios veranos, se acostumbraron a poner su Citroën 2 CV a recorrer cuantos pueblos conformaban las distintas comunas de los alrededores de Argelès. Un nuevo viaje, —esta vez el último—, se decían, antes de tirar la toalla, que vendría a dar los resultados tan esperados como desconocidos.
Un viernes y tras cerrar el cinturón de búsqueda, en el puesto de policía lograron obtener, gracias a la amabilidad del que hacía la guardia, una dirección y un número de teléfono. Llamaron desde una cabina. Una voz en un francés correctísimo, después de los convenientes saludos les concedió una entrevista. Era la primera vez que venían paisanos suyos a saludarle y puede que le trajesen noticias de su tierra. Quedó en recibirles el domingo a las doce en la terraza de una conocida cafetería.
Se puede uno imaginar los nervios de los tres en la espera mientras vigilaban todas las calles que convergían en la pequeña plaza. Al fin, vieron cruzar la calle a un señor ya mayor, de rostro arrugado y apoyado en su bastón. Parecía faltarle el aliento para llegar a donde le esperaban o quizás aborrecía encontrarse con la verdad o con una nueva desilusión. Vio como una pareja y un chaval se levantaban y se dirigían hacia él y le invitaron amablemente a sentarse con ellos. La mujer parecía llorar y el muchacho se notaba nervioso. El padre parecía el más tranquilo de los tres y fue el que le saludó en un francés correcto. Sólo lo justo para el saludo. Continuaron las presentaciones en español con aquel acento de las cuencas tan entrañable y que aún podía reconocer a pesar del tiempo pasado.
En cuestión de pocos minutos, Cagancho se enteró de que delante de él tenía a su pequeña, hecha ya toda una mujer, a su nieto y a su yerno. ¡Había pasado tanto tiempo! Les preguntó por la abuela, casi llorando con un enorme nudo en la garganta. Sabía de ella desde hacía unos diez años, pero nunca fue capaz de vencer el miedo a visitarla. Él no había dado señales de vida, pero en ella había el constante presentimiento de que aún vivía su 
marido. No solía hablarlo con nadie, excepto con su hija y acaso se lo contaba a su hermano y hermanas, pero nadie trataba de convencerla de lo contrario. Era tan habitual esa situación que a todos les parecía del todo normal. Sin embargo, esperaba que el tiempo le quitase la razón o le diese la ocasión de ver aparecer al hombre que había amado. Cuando alguien llamaba a la puerta su corazón seguía sobresaltándose.
Tras estos recuerdos no pudo ya aguantar las lágrimas y lloró. En un rato no pudo emitir palabra alguna. Después, entrecortadamente les contó cómo después de haber recibido la nota del puesto de policía, pasados unos años, contrajo matrimonio civil con la hija del patrón que le había protegido en su granja. De ese matrimonio tenía un hijo. Así vivió feliz hasta que la muerte le arrebató a su amada. En la actualidad vivía solo. Recibía una paga como excombatiente y además cobraba un alquiler por la granja. Su hijo estaba residiendo en otra población distante donde trabajaba y había formado su propia familia. No sabría cómo reaccionaría su hijo cuando se lo contase. Lo propio sería concertar para el próximo verano la entrevista entre los dos hermanos. El tiempo jugaría a su favor. Los tres le dieron ánimos a ello y después de hablar de muchas cosas familiares se abrazaron y se despidieron. Dejaron al pobre hombre al pie de su casa, y animado a volver a visitar Asturias. Lo más difícil de todo aún quedaba por pasar. ¿Cómo explicaría a su viuda que todo lo ocurrido en sus vidas obedecía a la maldita guerra! No podía esperar comprensión tampoco. Comprendía que después de tan larga espera no bastasen explicaciones por verídicas que éstas fuesen. También es cierto que podía haberse arriesgado a volver como lo hicieron otros. Cuando todo el peligro pasó vivía feliz con su mujer y con su hijo y no valía la pena destrozar esa felicidad tan caramente conseguida.
Dos años desde este encuentro tuvieron que pasar aún para que volviese a su pueblo natal, de visita porque nunca pudo dar explicaciones a su viuda. La pena o la nostalgia de los años perdidos habían cerrado todas las posibilidades para el encuentro esperado. Los dos hermanos se encontraron y celebraron su existencia, viéndose con frecuencia a partir de entonces."

Esta historia se la conté a Celso y a D. Andrés en la terraza del Hotel D. Paco. Me escuchó en silencio quizás sumido en recuerdos de historias parecidas. Me escribió una dedicatoria en el libro “Antología poética” bajo la fotografía tomada por Juan Ardisana.
Días más tarde, salía de la farmacia de Llano y le cedí el paso en la estrecha acera. Me dio las gracias y me volví a presentar. –Ah sí, el maestro de Pendueles -recordó. Yo iba con mi mujer y mi hijo de dos años. Le invitamos a tomar algo en la Cafetería Auseva. Tras los grandes cristales de aquel establecimiento que sabía conservar la nostalgia de otros mejores tiempos en sus maderas bien conservadas, mirábamos pasar la gente apresurada por la calle principal. Sólo rompía el silencio del lugar, la voz del poeta y la vieja máquina registradora de teclas nacaradas. Recuerdo al poeta con mi hijo sobre sus rodillas mientras nos contaba con su tranquila elocuencia el resumen de sus andares por los pueblos de Ribadedeva donde había ejercido de maestro. Prometió hacerme una visita en mi escuela cuando regresase de Moscú, el último viaje del que sólo regresaron sus cenizas que descansan en su bien amada Cadexana, en el panteón desde donde se pueden ver los reflejos plateados del agua ensenada de la ría.
Biografía:  

El poeta Celso Amieva (1911-Moscú, 1988), seudónimo de José María Álvarez Posada, nacido accidentalmente en la localidad cántabra de Puente San Miguel, en cuya escuela a su padre le habían destinado como maestro, profesión ejercida luego por él mismo; el desenlace de la guerra civil le obligó a pasar a Francia en el año 1939; posteriormente se fue a México, donde trabajó como profesor de castellano, traductor de poemas franceses y colaborador de numerosas publicaciones de toda América, siendo condecorado en 1959 con la Medalla Artística de la Revolución Mexicana por el guión de la película Pueblo en armas; a partir de 1969 fijó su residencia en la URSS. El Soviet Supremo le premió en 1985 con la Orden de la Amistad de los Pueblos. Una Antología poética con selección de sus principales poemas, hecha por el llanisco Pablo Ardisana, fue editada por el Servicio de Publicaciones Principado de Asturias en el año 1985.

Ver también sobre el mismo Poeta, mi escrito en este mismo blog: "Elegía a Celso Amieva"

No hay comentarios:

Publicar un comentario