AL LECTOR:

Narraciones de hechos y acontecimientos recordados por el autor; otras recogidas de la tradición oral y escrita.

martes, 19 de junio de 2007

LOS DIOSES DE PEÑAMELLERA



“El sol se ponía tras las montañas y dejaba el valle a solas con la noche. Era el día señalado. Los dioses célticos vendrían, como todos los años, a recoger el tributo que las tribus asentadas a lo largo del Valle, tenían pactado con ellos.”

Sería imposible elegir un lugar estratégico mejor destinado al encuentro. Por un estrecho sendero, se alcanza la cima de la majestuosa Peña que dio nombre, en las generaciones sucesivas, al valle. Al final del sendero, se accede a un llano desde el que se controlan estratégicamente las laderas accesibles del sur, por donde cabría la posibilidad de un ataque sorpresa.”

El nombre de Peñamellera no proviene de otro vocablo que aquél que hace alusión al principal producto que allí abunda: la miel.
Voces bien autorizadas en el estudio de las lenguas y el habla del lugar podrán corroborar que se trata de la evolución de los vocablos Peña + Mier que generó Peña de Mier > Peñamierera > Peñamellera. Al oeste de esta peña, abajo en la margen derecha del Cares, se asienta un poblado denominado Mier, a la sombra de ella.
Pero resulta más convincente y apropiado al tema que nos ocupa la generación siguiente: Peñamielera > Peñamellera, dando así al término una procedencia más antigua y explican, quizás, la existencia del patronímico Melero que abunda en la zona y que hace referencia clara al oficio de recolectores y productores de tan rico alimento.

“Dos hileras de animales de carga subían por el citado sendero que procedían, la una, del Este y la otra del Oeste, en dirección a la cima de la Peña, con paso cansino, pero sin pausas, portando a lomos los productos más variados: pescados ahumados de río, tinajas de oscura miel de brezo y tilo, cestos de polen amarillo, anaranjado, pero, sobre todo, odres de hidromiel y sacos de alfajor, verdadera exquisitez para el paladar.
Aquellos guerreros de torva mirada, sedientos de sangre en cientos de batallas, se calmaban con aquel pago que ninguna tribu mejor producía.”

La religión que profesaban nos fue detallada por los godos que contaban cómo fue Odín su propulsor. Jefe de la Tribu Escitia llegó a subyugar, de igual forma, a toda la Europa Septentrional.
En el singular paraíso que Odín describió a sus guerreros se contaba con suculentas comidas de carne de jabalí, regadas con la hidromiel, bebida que lograban por fermentación y de golpeado espumoso y embriagante. Era el claro antecesor de la cerveza. La escanciaban en los cráneos de los enemigos abatidos en el combate. Para celebrar la victoria, qué mejor celebración que un magnífico festín a la sombra de los tilos mientras tenían como espectáculo el baile de las bellas y voluptuosas vírgenes que la servían en medio de cánticos.

“El alfajor era, sin embargo, una aportación exclusiva de los habitantes de aquel Valle que lo producían desde tiempo inmemorial. Era el alimento por excelencia, de fácil conservación y que los pastores llevaban en sus zurrones al monte donde pasaban una jornada o varias pastoreando sus ganados y que acompañaba a la rica leche de cabra. Su elaboración era a base de la harina de centeno, mijo y trigo, miel de tilo y levadura. Tenían formas diversas y el logrado sabor dependía de otros ingredientes que cada familia sabía dar a las de consumo propio. Así unos tenían sabor a anís, membrillo, jengibre, comino o hinojo. Todas las hierbas aromáticas del alfajor colaboraban en la buena digestión de las carnes a las que acompañaba.
Otro producto de esta excelsa tierra era la jalea real que junto con la miel y el polen constituían preciados medicamentos que se guardaban en cada casa en frescos tarros de barro cocido.
Después de la copiosa comida, los jóvenes del Valle, deleitaban a los egregios visitantes con un hermoso juego en el que se probaba la destreza y la fuerza de los participantes.
Consistía este singular juego en lanzar unas pesadas bolas doradas desde un punto colocado a unos diez metros de una plantilla de nueve troncos de abedul, bellamente tallados y convenientemente alineados y formando un cuadrado perfecto sobre un fondo de arena limpia de guijarros y a los que había que derribar.”

-Con el andar de los siglos, esta leyenda de las bolas de oro aún perdura en lugares como el citado de Peñamellera y en las de Picu Castiellu frente a Soberrón.
En ambas partes, se tiene esta leyenda de que las gentes que las guardaban desde aquellos tiempos narrados, las lanzaron por una sima para que, con la invasión árabe, no fueran llevados en su conquista.
Esta leyenda se me ocurrió en una tarde cualquiera de un día cualquiera al contemplar la Pica Peñamellera, circulando desde la carretera a su paso por el pueblo de El Mazu, una extraña y algodonosa nube la ocultaba a mi vista.
“Hay quien cuenta haber visto, iluminados por los destellos de Thor, en una noche de crudo invierno, las figuras adustas de los guerreros, silueteadas en el cielo de luna llena.”