AL LECTOR:

Narraciones de hechos y acontecimientos recordados por el autor; otras recogidas de la tradición oral y escrita.

sábado, 9 de agosto de 2014

Santa Marina, en Parres





 “Santa Marina, gloriosa,
que estás al pie de Mañanga,
esperando a los pastores
cuando vienen de la braña”.


Puede bajarse el texto completo en formato libro de.cuyo enlace se dispone a la derecha de la página de este blog.

Dedicatoria
Va dedicado tanto a los parragueses como a los lugareños de los pueblos limítrofes, romeros en general, que en alguna ocasión de sus vidas acudieron a la Vega de Santa Marina para celebrar y dar culto a la Santina de la Mañanga.
En especial, a Ángel García Peláez, "Angel de La Moría" de Llanes, Demetrio Pola Varela con raíces parraguesas y a “José Mª Álvarez Posada, “Celso Amieva”, poeta de “Cadexana”, Barru.
También a Luis de Armiñán, llanisco de devoción.



Ramón González Noriega
1.- “Gloriosa Santa Marina” 9
2.- “Recuerdos de niñez” 13
3.- “Culu atrás, tras, tras” 17
4.- El desencanto del romero 27
5.- Crónica de Santa Marina, 2012 31
6.- Cantares de Santa Marina de Parres 35
7.- “Los ensayes” 39
Ángel García Peláez, "Ángel de la Moría"
8.- Estampa de Santa Marina 41
Demetrio Pola Varela
9.- Santa Marina, antaño 45
José María Álvarez Posada, “Celso Amieva”
10.- Santa Marina 53
Luis de Armiñán
11.- Santa Marina y las galas llaniscas 56

Los siete primeros textos los publiqué en distintos años, según el orden en que están, en "El Oriente de Asturias", nuestro semanario de Llanes.
1.- Gloriosa Santa Marina

En el pueblo de Parres, dan comienzo los preparativos para la gran fiesta de Santa Marina.
El primer día de julio, en la bolera de la escuela, los cánticos de los ramos y los bailes regionales se ensayan día a día. Se van sucediendo las generaciones de bailadores, año tras año, como debió ocurrir desde antaño. Los que ahora enseñan, antes fueron enseñados en una incesante rueda del tiempo a ritmo de pandereta, castañuela y tambor.
Llega el día señalado. Por la mañana los cohetes despiertan a los más jóvenes que se visten con sus trajes típicos de aldeana y pastor. Es un continuo ir y venir por las calles asfaltadas y limpias del pueblo, otrora caminos empedrados cuya cara se adecentaba cortando las ortigas de los muros y limpiando la tierra de las sangraderas. Las fachadas, hoy arregladas en su totalidad, recibían su bien merecido encalado y se arreglaban los pequeños jardines de calas y geranios que adornaban todos los barrios en un afán de superación. Todo era realizado con la gracia y sencillez que el pueblo llano pone en las cosas que hace de corazón.
Por esta fiesta, como por la de los demás pueblos llaniscos, la patrona, en este caso, Santa Marina se da el pretexto para que los parragueses que aún permanecen fuera de su pueblo, regresen a pasar unos días de vacaciones y se den cita bajo los árboles ya vetustos que les vieron correr cuando niños. Los mayores hacen guiños al pasado lleno de añoranza en las tardes, sentados como se hizo siempre, en El poyu de Covadonga, bajo los toldos del bar “El Fresnu”. Los más jóvenes hablan de hoy y del mañana, está bien que así ocurra, porque de joven no se tiene memoria aún para el recuento de tantas ausencias.
Nueve días antes del señalado, da comienzo también la novena en la capilla. Son nueve días de rezos a la Santina, como se le dice aquí con cariño y familiaridad. Se le ofrece en la oración el trueque espiritual a cambio del bienestar propio o de algún allegado. Lo material no entra en este trato ni por asomo.
El día dieciocho es el día esperado. En el pueblo, los sones de la gaita y del tambor recorren los distintos barrios para endulzar la mañana, alborotada por los estallidos de los cohetes y el eco rebotado en las cuestas, bajo el Texéu. El trajín en las casas comienza con la liturgia del vestido, extendido sobre la cama, todas sus piezas en orden: chambra, saya, pololos, justillo, solitaria, mandil, falda, chaquetilla, banda, pañuelo, medias y zapatos negros de medio tacón. Como adorno sobre el cuerpo, el camafeo sobre cinta de terciopelo negro al cuello y pendientes largos de plata y coral rojo. En el pecho, el clavel también rojo. El repicado del pañuelo se hace por manos expertas sobre moño “en picaporte” donde se prenden con numerosas alfileres las tres lorzas que lo forman. Todo un arte.
Se deja la mesa preparada para la comida que espera invitados y se baja a la carretera junto al viejo bar “El Rosal” donde se dan cita aldeanas, pastores y el resto del cortejo de los ramos. Éstos, suelen ser tres: el de los niños, el de los jóvenes y el de los mozos. Arranca el roncón y le siguen el puntero y el tambor. Los cohetes anuncian la salida a los más retrasados que se van incorporando a lo largo del trayecto en las intersecciones con los caminos de La Casona, Brañes, Tamés y Picu la Concha. Caminan las aldeanas también en orden de edad tocando sus panderetas, marcado el ritmo por la aldeana que tañe el tambor a un lado. Las cámaras recogen el acontecimiento para el recuerdo familiar, la prensa escrita o televisión. Al llegar a la ermita, la campera ya se encuentra invadida de gentes de todos los lugares que vuelven a la llamada de lo religioso y por qué no, también de lo profano que guarda en esta fiesta la impronta de ritos ancestrales.
El altar se alza bajo la encina, con arco y decorado floral. El oficio de la misa, más que interrumpirse, se adorna con los cánticos del Coro de Parres en la lengua materna del castellano, el latín. Después de la celebración, se hace la procesión, esta vez alrededor del campo poblado de encinas, plátanos de sombra y castaños de indias. Llevan la imagen en andas, tras los ramos y las aldeanas tocan sus panderetas, caminan por delante de la imagen, pero sin darle la espalda, de forma reverentísima, a la reina de La Mañanga en un arriesgado "culuatrás, tras tras" hasta dejarla sobre un pilar bajo el arco de flores donde tiene lugar La Ofrenda de los corderos, en otro tiempo, la base principal de la economía del pueblo, portados por los ofertantes que hacen tres genuflexiones en el recorrido hasta dejar el cordero a los pies de la Santina y otros tres de regreso, por supuesto sin darle la espalda, bajo los sones del tambor y de las panderetas de todas las aldeanas, en pie y cubriendo ambos lados del recorrido
Acabada la ofrenda, continúa la procesión que, tras dar la vuelta a la capilla, despide a la santina hasta el año venidero en un murmullo de sonajas y vítores.
A continuación tiene lugar el "remate" de corderos y "roscos" donados por quienes quieren agradecer algún don conseguido o esperan conseguir pues, por lo general, los corderos vuelven a sus pastos y los roscos acaban repartidos entre los amigos. Suelen verse todo el año, colgados de una pared de la cocina o comedor como recuerdo del día.
Acto seguido, el espectáculo son losbailes regionales.
En el campo de fútbol están los puestos de sidra, de churros, avellanas, del tiro y otros más que atraen la atención de los críos.
Por los prados de las inmediaciones, se extienden ya las mantas y los manteles para comer en familia y esperar más descansados los bailes de la tarde. El sol, la sidra y el sueño acumulado tantos días de duermevela, cubren de sopor la verde campiña. La Comisión de la fiesta vela por que todo salga bien y mejor, si cabe, que el año precedente. El puesto de la sidra es el centro de espera a que la orquesta prepare el escenario de luz y sonido para comenzar el baile. Los más pequeños suben al castillo inflado de aire como sus cabecitas lo están de ilusión. Los mocitos disparan en la casete del tiro o lanzan cohetes al aire en la pradera colindante. Mientras, el sol desaparece a horcajadas por entre los riscos de la Tornería, llenándose de sombras el campo de la capilla de la que sale por entre sus tres arcos los reflejos rojos y amarillentos en los pábilos encendidos de sus cirios.

Gloriosa Santa Marina
que estás al pie de Mañanga,
esperando a los pastores
cuando vienen de la braña”.


2.- Recuerdos de niñez


Es día de fiesta en el pueblo. Desde el campanario de la iglesia, Maximina desgrana albores por entre los brezos y helechos de la Mañanga. Ya hay trajín en las cuadras y el olor a leche recién mecida invade los barrios; los gatos siguen maulladores tras el caldero de cinc.
Un cohete rompe su carcasa de humo y ahuyenta el orbayu que amenaza en la Muezca. En el penduz se fue a refugiar el perro, asustado por el estruendo que sus sensibles oídos no pueden soportar, lo mismo que bebés. El roncón de una gaita inicia su ronroneo y tras él afina el puntero los sones del Asturias, patria querida” en un recorrido desde el que llega sus acordes a los distintos barrios.
En ese punto, la vida del pueblo se acelera y las mozas corren de casa en casa, para repicar el pañuelo. Existen especialistas en hacer las tres lorzas y darles el toque conveniente al peinado. Los chiquillos persiguen las varetas que caen de los cohetes en los prados. Después exhiben su colección y conservan aquella que resulta más fuerte y grande, repartiendo con usura las demás.
Los ramos engalanados de orondos panes cubiertos de seda y hortensias desfilan desde los distintos barrios para concentrarse en la Vega los Romeros, junto al bar el “Rosal”. Allí se va reuniendo la gente en grupos, en un incesante saludo entre los que permanecen en el pueblo y aquellos que regresan de los distintos lugares por vacaciones. Es como el retorno de las golondrinas. La alegría inunda todo el pueblo. Son aproximadamente las once y media. Como si se tratase de una lección bien aprendida durante muchos años, las aldeanas se colocan por orden de veteranía y estatura. Los tres ramos son portados a hombro por los mozos, de acuerdo también con los grupos de edad y estatura por aquello de equilibrar y repartir adecuadamente el peso. El gaitero hace una señal imperceptible al tamboritero y ambos arrancan los primeros sones que invitan a mover la comitiva.
Hay quien, como mi abuela, se queda a cargo de las ollas de las que ya salen destilados aromas culinarios que invaden la vieja casona, se escapan por la puerta entreabierta hasta la corralada a provocar el apetito de los rezagados romeros que siguen desfilando toda la mañana por la carretera, ya pasado el cortejo festivo. Como ella, muchas mujeres se sacrifican, año tras año, sin ir a la campiña, le basta con ver pasar a sus nietas vestidas de aldeanas a las que antes de nada, ayudó a vestirse y colocar el clavel que con buena mano cuidaba todo el año en el pequeño jardín de junto a casa del que solía hacer gala y defenderlo de que los nietos no se lo destrozáramos con los balones.
Es curioso que en Parres este paseo procesional no se haga con la imagen de culto religioso, pues en la mayoría de los demás pueblos así lo hacen. Parece ocultar una actitud más profana, como el culto al verano, cuando las tareas del campo van dando, en parte su fin. El día de la fiesta fue y sigue siendo aún para los parragueses el referente temporal para las tareas de la hierba, las patatas o el maíz.
Después de andar un kilómetro, con alguna parada donde dan una tregua portadores a su dolorido hombro, se llega a la capilla. El sol lanza tórridas flechas por entre los calveros de los plátanos. Aunque da comienzo la liturgia, tardan en cesar del todo el murmullo de la gente que se saluda, el ruido de los vehículos que siguen llegando y el insistente estallido de los petardos que los chiquillos lanzan en el cercano campo de fútbol donde se hará la romería.
Los corderos, que esperan atados al quiosco del coro, ramonean las hiedras que trepan al roble mientras lanzan quejumbrosos balidos que subrayan el carácter pastoril que en un principio debió de tener la fiesta. El colorido se enriquece con los globos, los vestidos, los ramos y los trajes de las aldeanas.
Se produce a duras penas el silencio, nunca absoluto mientras transcurre la misa con el sermón o se escuchan las voces del Coro de Parres y los sones de Ignacio Noriega a la gaita, en el Credo.
La procesión rodea el campo en emotivo «culo atrás» hasta dejar la Santa presidiendo la oferta cual Ceres divina. Ríe la gente porque un cordero se niega a caminar y es cogido en brazos. Se cruzan los fotógrafos buscando el punto clave para la mejor foto y así plasmar el momento. Saltan las lágrimas en aquellos que, después de muchos años separados del terruño, reviven sus recuerdos, pasando apresuradamente las páginas de su biografía. Acabada la ofrenda se inician los bailes en la carretera, cortada en corro por los espectadores. Se baila el pericote ensayado por el grupo ya preparado para ello. Acto seguido con los sones de la jota del Cuera anima como todos los años a ser bailada especialmente por Saturnino, Tere, Ricardín, Matilde, Aurora y Ramón que lo hacen con gran estilo y soltura. Otros más se animan a continuarla imitando sus pasos y la gente que hace de público aplaude sonriente y envidiosa quizás de no poder, no atreverse o no saber bailarla.
En realidad, no deja de ser una romería como otra cualquiera de las que existen en el concejo, pero Santa Marina guarda un toque especial de sabor parragués, con el marco incomparable añadido de una campiña, bien conservada.
Es la hora de la comida, y los que no bajan a sus casas, extienden los manteles por los prados de los alrededores, bajo la sombra y el yantar une de nuevo a familias que durante el resto del año se ven separadas por obligaciones inexcusables.
Por la tarde, los puestos de sidra ayudan a la nostalgia mientras los músicos preparan sus instrumentos. Los jóvenes acuden al campo para bailar. Las avellaneras pregonan sus sabrosas mercancías en tanto que el heladero de “Revueltahiende su cucharón en la rica y fría nata. En las orillas del campo los que tiran al blanco llenan de chasquidos metálicos el ambiente. Sonido y color pincelan el paisanaje hasta que el sol deje a la luna su labor esquivando como puede las movidas nubes que toldan “El Texéu”.



3.- “Culu atrás, tras, tras”

En Parres, pueblo de Llanes, nunca se le dio la espalda a Santa Marina
Me parece justo aclarar, con el mayor de los detalles, la crónica que sobre la fiesta de Santa Marina en Parres, publicó “La Nueva España”, con fecha 19/07/11. Debido, con toda seguridad, a las prisas y la celeridad con que trabajó la informadora gráfica al cubrir la noticia para que le llegara al lector con la frescura y la inmediatez deseables, y por informaciones que pudo haber sacado de aquí y de allá dio algunos datos erróneos. Nadie está libre de ello. Con la única intención de subsanarlos y para que todo quede en una anécdota sin mayor importancia, van estas líneas.
La fiesta sólo ocupa un día del año. Dieciocho de julio, pero los preparativos comienzan mucho antes, desde que se tiene recuerdo, el primer día del mes.
En la bolera del pueblo se dan cita las mozas y los mozos que van a participar, tanto en el acompañamiento del ramo desde el pueblo hasta la capilla, durante la misa y procesión, como en el ofrecimiento de corderos y los bailes regionales. Son los ensayes donde los participantes más veteranos enseñan a los novicios los primeros pasos de los bailes. Así es como se viene haciendo desde hace tantos años, por lo que esta fiesta mantiene el atractivo para propios y foráneos sin añadidos postizos, hasta el punto de ser considerada como patrimonio cultural.
Únicamente en lo que se refiere a los bailes, en las últimas décadas se fue ampliando el número de temas, todos ellos ejecutados con la mejor pureza de estilo y pertenecientes a la cultura del extenso y variado concejo llanisco.
Antaño, se bailaba en el campo, al lado mismo de la capilla y en la carretera. La jota, el fandango y el pericote acaparaban todo el interés del público asistente. Nunca faltaba quien entrase al corrillo movido por el son da la gaita y el tambor, sin que para ello tuviese que ir vestido de pastor o aldeana.
Nueve días antes de la fiesta, dio comienzo la novena en la capilla. La víspera se preparan los arcos que engalanan de flores el altar y el lugar de los ofrecimientos y se adecenta el entorno de la capilla. Todo tiene que estar a punto, cuidado el detalle, listo para recibir a los romeros que lleguen a Santa Marina. Si el tiempo lo permite, muchas familias, tenderán sus manteles sobre la hierba.
El día despierta con los voladores y el viento lleva el aviso en volandas a los pueblos más cercanos. Poco a poco, en la Vega los Romeros, de donde sale la comitiva, se concentran las aldeanas, los pastores y demás gente para caminar juntos hasta la capilla.
Tras el estallido de nuevos cohetes, se oyen los broncos lamentos del pajón y los primeros ayes de la pajuela, en el roncón y en el puntero de la gaita. A Julián y a Manuel Genaro, gaitero y tamboritero respectivamente, les siguen los mozos que portan los ramos, ataviados con el traje de pastor: camisa y calzón blanco, chaleco, pantalón de paño y fieltro, faja, gorra picona, medias, escarpines y corizas. Los ramos exhiben dorados roscos de pan adornados de lazos y flores. Detrás van las mozas tocando las encintadas panderetas al ritmo que marcaban Bego y Alba en el parche de sus tambores. Primero, las niñas y detrás siguen las mozas y mayores, en riguroso orden generacional, con su tradicional vestido de aldeana: Pololos, camisa, y faldón en tela de algodón blanco. Justillo de tela damasquinada atado con cordón. Falda de algodón con bordados de azabachería sobre bandas de terciopelo negro. Dengue o solitaria profusamente recargada de azabaches sobre los hombros cuyas alas cruzan el pecho hasta recogerse en las puntas por detrás de la cintura, prendidas con un broche o camafeo. Sobre la falda, el mandil, de la misma tela de Damasco que el justillo y el pañuelo, y con idénticos bordados de azabaches. La chaquetilla, de la misma tela de algodón que la falda e idénticos bordados prendida sobre el hombro izquierdo aporta un toque de elegancia y coquetería al conjunto, quizás por su inutilidad, en la que se prende una flor sobre una rama de jelechu. De la cintura, al costado derecho de la falda, se cuelga la banda de satén, haciendo doble lazo y del mismo color que el mandil y el pañuelo. Se recoge el pelo con el pañuelo, repicado diestramente con tres pliegues. Al cuello, lazo fino de terciopelo negro que sujeta el pequeño camafeo. Medias de algodón azul claro y zapato negro de tacón medio. La gente las sigue y se saludan y hablan de sus cosas y sueñan con los recuerdos de cuando ellos también iban así vestidos.
Después de andar al paso de la comitiva el kilómetro que dista el pueblo de la capilla, da comienzo la misa cantada en latín por el coro que dirige Antonio Cea Gutiérrez y acompañado musicalmente por Pablo González Sordo, “Torrescano”, a la gaita, bajo las enyedradas cañas del centenario roble. En la amplia campera, hay también encinas, restos de un descalabrado bosque autóctono que compiten ya en desventaja con los plátanos plantados inicialmente en la década de los veinte, por niños y niñas de la escuela de Parres que con sus maestros celebraban ya el día del árbol. Se ven también castaños de indias, claros referentes de la emigración americana que tantos vecinos siguieron.
Acabada la misa, se hace la procesión alrededor del campo, las aldeanas sin dar la espalda a la imagen de la Santa, tocan con sus panderetas el conocido “culuatrás” que tanto extraña a quienes lo presencian por primera vez. Llegada la imagen al recinto de los ofrecimientos, la posan bajo el arco de flores y dan comienzo “las reverencias”. Primeramente la de las más pequeñas, con las panderetas acompañadas por el tambor de Alba González Sordo que marca el ritmo y se ofrece el ramo de los niños. A continuación, con la “reverencia” de las mayores, acompañadas al tambor de Begoña de la Vega, se ofrece el ramo de los mozos.
Terminadas aquéllas, siguen los ofrecimientos de cirios, ramos y corderos, que los devotos portan en sus brazos o llevan de la mano hasta el pie de la imagen. Los cantares, las panderetas con sus sonajas de metal, los aires redondos de la gaita tocada por Julián, gaitero de “L'Alloru” de Balmori, con el ritmo bronco de los tambores de Alba y Bego cubren la Mañanga. Una vez concluidas reverencias y ofrecimientos, se colocan de nuevo de cara a la Santa y van culu atrás y dan vuelta por detrás de la capilla hasta dejarla entre vítores presidiendo la capilla hasta el próximo año. Afuera, en corro, las aldeanas cantan el ramo y a continuación, desde el templete del coro comienza la subasta de roscos, roscones y corderos a cargo desde hace años con soltura Cardi Gómez Fernández, tal como anteriormente lo había hecho su padre, Ricardín.
Llegan los esperados bailes de tan apretado programa, ya bien iniciada la tarde. Las aldeanas tienen que soportar no sólo la presión del público expectante y las cámaras que tratan de perpetuar el momento, sino también el peso del traje. Son las verdaderas protagonistas de la fiesta y le dan la alegría de sus rostros y el colorido de sus trajes. Es una belleza verlas haldear en sus vueltas y movimientos. De ahí pudiera venir el término, aunque a modo particular preferiría que se dijera así: traje de aldeana llanisca, pues de esa forma se haría referencia por extensión a toda persona del concejo, sin exclusión. De otra forma, el término que se viene acomodando, el de traje de llanisca induce a muchos a pensar que se refiere exclusivamente al usado en la villa de Llanes y nada más incierto. En el caso de las vestimenta de los mozos, se viene empleando también otro adjetivo, porruano, con no menos propiedad, pues pareciera ser que sólo fuese tradición exclusiva de ese pueblo y se hace extensible a los palos que llevan los pastores, hechos de troncos retorcidos por las lianas de madreselvas que se enroscan en ellos. En Parres, al menos, el recuerdo que conservan los mayores es que se dijera aldeana y pastor, siendo Santa Marina la fiesta de los pastores que bajaban del monte por estas fechas y así quedó reflejado en los cantares:
“Bendita Santa Marina /que estás al pie de Mañanga, /esperando a los pastores /cuando vienen de la braña”.
Cerraron con los bailes regionales:
1º .- El xiringüelin, por los pequeños.
2º.- La jota de Cadavedo, por los mayores.
3º .- La jota del Cuera, por los pequeños.
4º .- El fandango, por las mozas.
5º .- El xiringüelu, bailado esmeradamente por Eva Gutiérrez Junco, Alba González Sordo, Nerea Galán Gutiérrez, y Guía Prieto Fernández con el ágil mozo que las trae en danza, Jorge Fernández Ruenes.
Al final, el baile por excelencia, El Pericote, por los tríos de aldeanas y pastor:
- Celia Morán/Andrea Celorio y René Gutiérrez.
- Sara Quintana/ María López y Pablo Arenas.
- Guía Prieto/Elisa González y Vicente Sobrino.
- Elena Rodríguez/Nerea Galán y Jorge Fernández.
- Graciela Gutiérrez/Eva Gutiérrez y Pablo Fernández.
- Alba González/Bego de la Vega y Genaro Fernández.
Lo que quisiera dejar bien claro, por ser el dato que más chirría de lo publicado, es cuanto al origen de la fiesta que se remonta, como suele decirse a tiempos inmemoriales. Pude encontrar un referente impreso registrado en el tomo que con el título “Llanes, siglo XIX” editó el semanario local “El Oriente de Asturias” decano de la prensa asturiana, del año 1868.
En 1936, estalló la Guerra Civil, precisamente el mismo día de Santa Marina. Con las primeras noticias que llegaban de Llanes, se fueron enturbiando los ánimos de las personas de más edad, actitud observada por los menores. Este es el testimonio que hace mi padre, testigos vivo de aquel triste día de Santa Marina:
“Yo tenía entonces dieciséis años y los recuerdos más nítidos que guardo de ese día es que ya de mañana se rumoreaba por el pueblo lo del levantamiento militar. Sin embargo, la misa y la romería discurrieron con normalidad, o al menos no fui consciente de nada raro en el ambiente. Antes de oscurecer del todo, la romería dio a su fin y bajamos danzando a cenar. La verbena se celebraba desde siempre en la bolera de la escuela, donde ya había luz eléctrica. Amenizaba el baile la Banda Municipal de Llanes. Con la negrura de la noche, noticias más concretas desplazaron los rumores de la mañana y el ánimo de todos se turbó por la gravedad que aportaban: La guerra había estallado. Llegó de Llanes la orden de clausurar la verbena y la Banda dejó a medias un paso doble que estaba tocando. Al rato, llega por otra razón la contraorden de seguir tocando y los músicos tocaron la pieza dejada a medio. A mí, como al resto de chavales de mi edad aproximada, me preocupaba porque había escuchado a mis mayores lo que contaban haber pasado en la Guerra del 14, “la Gran Guerra”. La mayor parte de la gente pensaba que esto duraría poco y que el ejército republicano, sin demasiado coste humano, podría atajar el levantamiento de la facción rebelde, que se suponía ser una gresca entre mandatarios y generales, ávidos por el mando.”
Con la guerra entrechocaron muchos sentimientos al polarizarse las ideas políticas. Las guerras no unen personas por más que unifiquen estados y en ambos bandos militan gentes buenas y malas, honestas y crueles, respetuosas e irreverentes, ricas y pobres, creyentes y ateas.
Para evitar que la imagen de la santa saliera perjudicada de aquel enfrentamiento que parecía iba a durar más de lo esperado en un principio, decidieron llevarla al cuartel de la Guardia Civil de Llanes. Hasta allí la bajaron en un carro, adornada con un pañuelo rojo al cuello, como auténtica miliciana. Estuvo recogida en el cuartel hasta que acabó el conflicto bélico que, cambiado el signo político, regresó nacional al pueblo, con la nariz lesionada. Se reiniciaron las fiestas en la misma fecha que siempre había sido, eso sí, ahora elevada a fiesta nacional, por el régimen.
Los comités de milicianos durante el primer año de la Guerra Civil, hasta ser tomado por las tropas nacionales en septiembre de 1937, se encargaron de organizar el abastecimiento de la población civil y las tropas leales. Por eso digo que en Parres, se puede decir bien alto que nunca se le dio la espalda a Santa Marina.
En un escrito que me pasa Rosi Sobrino Arenas, se leen los versos que hace Estela Sobrino Leal, nacida en México y fallecida en el Brasil, de una composición fechada en 1938, que me parece interesante al hilo de lo narrado más arriba. (1)

Gloriosa Santa Marina,
recuerdo tengo de ti,
que nos cortaron el pelo
en casa de D. Fermín. (2)
Gloriosa Santa Marina
que estuviste en el Comité
rogando por los de Parres
para que no te pierdan la fe.
Marina, en tu regio manto
cubierto está de luceros,
son tus hijos los de Parres
que por España murieron.”

(1) Don Fermín Górgolas, casado con doña Lola, vivía en la casa de Coxiguero que después perteneció a la familia González-Romano, Manuel “Carriles” y Fernanda.
(2) Estela era hija del primer matrimonio del Roldán con su esposa mexicana y que al fallecer ésta, se vino a Parres con sus hijos y se volvió a casar con María “La Gaspara”.
Por eso digo que en Parres, se puede decir bien alto que nunca se le dio la espalda a Santa Marina.


4.- El desencanto del romero

Es propio oír en estas fechas, cuando se prodigan las fiestas de enraizamiento popular, en boca de personas mayores, tópicos como éstos: «La juventud de ahora no sabe divertirse»; «las fiestas ya no son lo que eran»; «de aquélla sí que se pasaba bien”.
El caso es, que si se mira detenidamente, todas esas aseveraciones llevan su parte de razón. Y, ¿por qué? Pues porque se trata sencillamente de hechos opinables y subjetivos. No llevan discusión formal. Ante tales frases, a uno sólo se le permite emitir una sonrisa de asentimiento o consentimiento, pero no entablar discusión. Sabemos que cada veinte años eclosiona una nueva generación con sus propios gustos, inquietudes, donde el concepto de cultura va modificándose. No se conservan los mismos modelos de conducta, como tampoco se leen los mismos libros, ni se aprende de la misma forma que lo hicimos nosotros. De todos modos es más fácil emitir estas frases que pararse a realizar un análisis retrospectivo y darnos cuenta de que el cambio únicamente se produjo dentro de nosotros.
Todo el mundo está por reconocer que en la niñez y en la adolescencia los hechos, aunque nimios, impactan con más fuerza en nuestra psique, en especial los mejores y más agradables, tornándose más añorados e indelebles cada día. ¿Cómo es posible poder vivir tales hechos de ensueño? ¿Sería positivo? El caso singular es que, cuando echamos mano de tales estereotipos, lo hacemos relegando las vivencias nefastas o negativas y no nos damos cuenta de que tienen un valor tan grande como las más agradables.
Cuando escribo estas líneas, puedo rememorar los recuerdos agradables de una fiesta tan entrañable como lo es la fiesta del pueblo de uno. Son ya varias decenas de días amalgamados, difíciles de separar donde se hilan las cuentas de la vida.
Me dediqué a observar y tratar de encontrar los rostros de tantas personas queridas y sin querer me olvido de algunos tan importantes para mí por cercanos como abuelos, tíos, primos, amigos, vecinos... No es raro que en un día así, supuestamente alegre, se sienta uno triste y se note recorrer por el cuerpo escalofríos de emoción que enervan la piel.
Los chiquillos, en pequeños grupos, recorríamos el campo tras las varetas de cohete caídas. La avellanera recorría el campo con su cesta colgada al brazo y ofrecía la mercancía por los corrillos de la gente mayor que charlaba. Se escuchaba el estallido de algún globo que explotaba arañado entre los dedos de algún niño al que seguía, tras leve pausa, un lloro desconsolador. Las cámaras de fotos, notarios del tiempo, emitían destellos entre la sombra de los castaños para dejar constancia del acontecimiento en no sé qué álbum o revista. Las niñas, las mozas y las ya maduras haldeaban su vestido de aldeana llenando el ambiente del tintineo de los corales en el dengue.
Por un instante, me vi hacer de monaguillo, sentado junto al cura en el ofrecimiento de ramos para proseguir luego la procesión y dejar en la capilla la vestimenta. Al acabar la seria labor sagrada corríamos con el resto de niños a recoger por los prados de las inmediaciones, las varetas de cohete y volvíamos con nuestro trofeo que recontábamos para ver quién había conseguido más. Las manos cubiertas del negro de la pólvora quemada buscaban en el fondo del bolsillo el duro de propina que el cura nos había dado de su colecta y se nos iba en humo y estruendo de los restallones, petardos y bombas. Por la tarde, tras volver de comer al campo, algo más sacado entre las dádivas de padres, abuelos, tíos y demás ahorrado por el año, ayudábamos a cubrir gastos y necesidades del heladero, del barquillero, del tío vivo que empujaba los columpios a manivela, del tiro al blanco, de Sarina la avellanera, y de los puestos de Matilde y Lolina que para todo daba ese día nuestra economía.
Me veo por la noche en la Bolera y dentro de la Casa Concejo, repleta a rabiar y llena de humo de los cigarrillos, corriendo entre las parejas que bailaban. Siento aún la adrenalina producida al correr y saltar las pandinas, para escondernos en la penumbra de los portales en el juego del escondite. Me veo en los bancos subido mirar absorto a “Los Panchinos”. Eran estos: Panchín al acordeón y su eterna sonrisa; Paco al saxofón y su hijo, también Paquín, con la trompeta; Jordán, el hijo de Pepín de Pría, con su magistral violín heredado de Rivas, y primeramente de Juan de Andrín, invidente, que lo había traído de La Habana. Y el batería del que no recuerdo el nombre.
Al día siguiente me veo yendo de madrugada al campo, sin que se levantasen los que pernoctaban en él para rastrear entre papeles de cucuruchos y vasos rotos para volver a casa con alguna que otra moneda perdida, juguetes rotos, avellanas, caramelos y otras tonterías que de niño rellenan el tiempo infinitamente largo de nuestra inocencia. ¿Todo eso existió o es una mera ilusión? El caso es que me hace feliz recordarlo. Nada es ya como era. ¿Acaso importa tanto?


5.- Crónica de Santa Marina, 2012

El día de Santa Marina discurrió tranquilamente en una atmósfera limpia, solo acompañada en el amanecer por algunas brumas sobre el monte que ya se encargarán de despejar los cohetes. A simple vista, para quienes no estuvimos en el trajín sufrido por la comisión de festejos, todo fue ordenándose día a día.
Primero comenzaron los ensayos en la bolera de la escuela, a partir del primer día de julio. Siempre fue así desde tiempos ha, pasadas las fiestas pancarinas de San Pedro. Siempre hubo quien se ocupase de enseñar a la nueva añada a dar los primeros pasos en los distintos bailes regionales. No se trata en este caso, de la tradición oral, como ocurre con las canciones; podría decirse, de igual modo, que existe una tradición visual e incluso estética que se conserva tras muchas generaciones parraguesas. Que nadie se ofenda con esto ya que para cada pueblo del concejo puede decirse lo mismo. En cada sitio se observa una marca sutil que lo diferencia con el resto y es eso, a mi parecer, lo que enriquece el folclore. Resultaría aburrido ver lo mismo, con las mismas reglas en todos los lugares. Sería como si al beber un vaso de vino o probar un trozo de queso tratásemos de compendiar toda la variedad existente de estos productos.
En mis años de romero me empapé de esos matices tan particulares en la forma de festejar que tienen las gentes, el santoral de la zona. Desde San Antón en Parres que es como chupinazo inicial, van llegando las demás festividades, paulatinamente primero y con moderación, después, llegado el verano, sin descanso. No dábamos abasto a tantas fiestas aunque la hora obligada para llegar a casa, no solía ser pasada la medianoche. En las hojas del calendario del nuevo año, marcábamos las fechas por no dejar ni una, aunque era poco menos que imposible cumplir con todas. Pronto llegaba el Santu Ángel de El Mazucu y tras él seguían Santu Medé, San Felipe, San Fernando, San Juan, San Pedro, El Carmen, El Cristo, Santa Marina, La Madalena, Santiago, Santana, La Guadalupe, Las Nieves, Justo y Pastor, Nuestra Señora, San Roque, La Guía, El Morru y La Salud, los Rosarios y otras festonando todo el recorrido del año y haciéndolo así más llevadero.
Hoy en día se rompieron las tradiciones, empezando por el poco respeto a las fechas de celebración que hasta los mismos santos, con perdón, deben de hacerse un gran lío. Sólo prima que caiga en fin de semana para contar con la masiva presencia de visitantes.
Santa Marina se celebra desde tiempos lejanos el día 18 de julio y no importa qué día de la semana sea. Tiene la ventaja, eso es cierto, de celebrarse en un lugar diríase de mágico encanto, muy respetado. Con ese genuino envoltorio natural que arropa a la festividad es harto difícil desentrañar dónde comienza o acaba lo pagano, lo religioso o lo mágico.
Van sucediéndose a lo largo de la mañana los componentes del programa. Desde La Vega los Romeros, parte la comitiva en una especie de peregrinación, hasta las camperas que rodean a la Capilla con sones de gaita y a ritmo de tambor y panderetas. Abren paso a distancia prudencial el cohetero y su ayudante lanzando al aire fuertes ayes que abren las nubes e intimidan a la lluvia que opta por mojar otros parajes. Les siguen el gaitero y el tamboritero marcando el paso de compases repetitivos que retumban y hacen eco en la cercana montaña. Detrás marchan los mozos vestidos de pastores portando los pesados ramos cubiertos de roscos de pan y engalanados con hortensias y lazos. Luego marchan haldeando las bellas aldeanas del ramu, ricamente ataviadas con bordados de negras cuentas, collares y pendientes de coral, con gargantilla y camafeo de azabache. La gente se va sumando a la comitiva a medida que pasa junto a los caminos que llegan a la carretera.
Ya en el campo, se instalan las aldeanas haciendo pasillo hacia el altar. Arranca el coro con los cánticos en latín de la misa. El cura y los dos monaguillos esperan su turno y dejan después proseguir al coro. La gente escucha, piensa, siente en silencio la mente que desgrana recuerdos pasados o habla y saluda al viejo amigo que hace tiempo no ve.
El sermón que rige el día según el reglamento eclesiástico y el anecdotario legendario sobre la Santa que veneramos y a la que pedimos creyentes y no creyentes, por si acaso, el milagro de una curación y vaya uno a saber cuánta variedad más de necesidades no cubiertas, da complemento al acto religioso.
Continúa la procesión con la Santa en andas y marchando atrás sin perderle cara. Las aldeanas sortean con dificultad el sinuoso camino que rodea el campo hasta que es depositada en una peana para presidir el ofrecimiento de ramos y corderos que le entregan por familias, parejas o individualmente, los devotos que le deben su acción protectora durante el año que pasó.
Después de llevarla hasta la Capilla en la que nos espera hasta el año siguiente, se rematan los roscos de los ramos y los corderos.
Ahora vienen los bailes regionales que cierran como broche de oro la parte de fiesta romera, ya bien comenzada la tarde.
La emoción nos embarga porque todos nos sentimos dentro del traje de los danzantes, como si lo hicieran por nosotros y no es raro sentir un breve estremecimiento de emoción que intentamos frenar antes de que se enagüen los ojos de la nostalgia del fugaz tiempo pasado. Sólo los altos plátanos parecen crecer sin emoción firmemente arraigados al suelo donde los plantaron.


6.- Cantares de Santa Marina en Parres.

“En este frondoso campo
de muchas y verdes plantas
venimos a celebrar
nuestro día, hermosa Santa.

De Mañanga entre el verdor
se levanta tu capilla
de luz que radiante brilla
para el humilde pastor.


Con cariño y con amor
te crió una labradora
en una pequeña aldea
con oficio de pastora.


Con santa resignación
padeciste en el martirio
a la edad de quince años
por la fe de Jesucristo.


Adiós Santa milagrosa
madre de virtud y dones.
Tiende tu piadosa mano
sobre nuestros corazones”.

La reverencia de las pequeñas:
Aquí tienes muy devotas
a las niñas de este pueblo,
aquí tienes muy devotas
a las niñas de este pueblo,
Gloriosa Santa Marina
protegenos desde el cielo.

A hacerte la reverencia
venimos con alegría,
a hacerte la reverencia
venimos con alegría,
este ramo te ofrecemos
Gloriosa Santa Marina.

Que somos tus más devotas,
santa hermosa, tú lo ves,
que somos tus más devotas,
santa hermosa, tú lo ves,
y por eso nos postramos
de rodillas a tus pies.

Gloriosa Santa Marina
la despedida te damos,
Gloriosa Santa Marina
la despedida te damos,
mándanos la bendición
a las niñas de este pueblo.

El Ofrecimiento:
Gloriosa Marina, eres más hermosa
que las azucenas, claveles y rosas.
Gloriosa Marina, más hermosa eres
que las azucenas, rosas y claveles.

Eres estrellita, sales del Oriente,
alumbras y guías a toda la gente.
Eres estrellita, del Oriente sales,
alumbras y Guías al pueblo de Parres.

Hoy los corderitos te dan los pastores;
nosotras, un ramo de pan y de flores.
Vienen los pastores con sus corderitos
para que los libres de todo peligro.

Venid pastorcitos, dejad las cabañas;
venid corderitos, dejad las montañas.
Venid y cantemos a Santa Marina,
venid y adoremos su imagen divina.

A los quince años fuiste pastorcita
cuidando ganado, Gloriosa Marina.
Ya nos despedimos, gloriosa Marina,
hasta que en el cielo nos des compañía.

7.- Los ensayos
Como fue siempre costumbre, una vez finalizadas las fiestas de San Pedro de Pancar, dan comienzo los ensayos de Santa Marina de Parres en la bolera de la Escuela.
Allí acudimos a las diez de la noche, a dar fe de nuestra admiración, respeto y nostalgia al comienzo de los bailes que deleitan todos los años a los romeros que acuden a la campiña de Santa Marina, el día 18 de julio. Aunque los años pasan de forma vertiginosa, se mantienen imborrables los sentimientos primeros con sabor agridulce de la añoranza del tiempo perdido en el pasado. Recuerdo cómo jugábamos los más críos a corretear por la bolera, mientras las panderetas con sus sonajas bailaban al aire los sones marcados por la piel del tambor y el acompañamiento de gaita. El sonido rebotado por la fachada de la escuela revierte en las casas de Pedrujerrín y de la Piniella, haciendo un fuerte eco.
Afortunadamente, cambiaron muchos conceptos en comparación con los existentes en aquella época. Antaño, los ensayos trataban esencialmente de los cánticos religiosos, tanto de la salida de ramos, la misa, la procesión y el ofrecimiento, que siguen manteniéndose tal cual.
Hogaño, salen más reforzados los bailes tradicionales que se exhiben una vez terminado el ritual religioso. Los más pequeños aprenden desde tan corta edad a dar los primeros pasos de los bailes entrenados por los jóvenes en una cadena que se continúa año tras año con la ventaja del interés que despierta en ellos, lo que hace posible que la tradición continúe tan fresca.
Los bailes que se hacen en orden a las edades, lo que asegura una continuidad a través de los años:
A) Los más pequeños se inician con el “Xiringüelín”.
B) Los medianos bailan “La Jota del Cuera” y “El Quirosanu”.
C) Los mayores bailan que lo bordan “La Jota de Cadavedo”, “El Xiringüelu”, “El Fandango” y “El Pericote” cuyos vestigios de danza ancestral vienen en su origen, según se dice, del pueblo de Cue y que en su forma más simple se bailaba entre dos aldeanas y un pastor. Hoy van ataviados con los respectivos trajes de aldeana y de “de llanisca” y “de porruano”, respectivamente, términos nacidos quizás del mal uso en los distintos medios, que acaban confundiendo a los foráneos, como bien he comprobado en múltiples ocasiones, que consideran el vocablo “llanisca” sólo atribuible a la Villa, aunque todos los pueblos son llaniscos por pertenecer al Concejo de Llanes, pero que antaño se decía aldeana y pastor.
Para dar oportunidad a mayor cantidad de danzantes, actualmente se baila el Pericote con múltiples tríos, lo que lo hace más complicado por la coordinación de todos los participantes, que cuando se logra lo hace, si cabe, más vistoso.
Ramón González Noriega 

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Otros textos sobre la fiesta publicados con anterioridad, que encontré en la hemeroteca:
Bibliografía:

“Estampa de Santa Marina”

La mejor de todas las romerías de la comarca es, sin duda alguna, Santa Marina. Bien es verdad que ninguna tampoco tiene aquella extensa pradera, que presta al romero toda clase de comodidades apetecibles.
Es un pintoresco valle, limitado al sur y poniente por los elevados cerros de Mañanga, y al norte y oriente por suaves y floridas colinas.
Solitaria, en medio del valle, está la rústica capilla de Santa Marina. Por todas partes la cobijan, con su sombra, soberbios castaños cuyos troncos huecos prestan abrigo a los pastores.
Adorna el suelo el rizado helecho, y al pie de las colinas inmediatas susurra la fuente de agua fresca y cristalina.
A la orilla de estas fuentes se abren multitud de humildes florecillas silvestres, y por todos los ámbitos del valle se mecen, a impulso de las brisas, las recortadas hojas del roble y el castaño, que en abundante profusión pueblan la llanura, convidando con su grata y apacible sombra.
Por esto es la romería más alegre y concurrida de todo el verano. Que no creáis que ella acuden sólo los llaniscos, sino también de todo el concejo y de todos los concejos y villas inmediatas y hasta de la capital de España y de la de la provincia acuden romeros atraídos por la justa fama que esta romería goza.
Lo que más nos llama la atención allí es la fraternal unión que reina entre todos los que a esa romería acuden, pues en este día ni el rancio noble se acuerda de sus empolvados pergaminos, ni el honrado campesino, de sus agrícolas faenas, que todos se confunden en el contento general y a todos preocupa un solo pensamiento, una sola idea: divertirse.
No se conocen las jerarquías sociales, que todos son iguales allí.
La elegante jovencita llanisca se pone el vistoso traje de aldeana, confundiéndose de esta manera con la sencilla aldeana por naturaleza. Y lo que decimos de la joven llanisca, lo decimos también de la linajuda ovetense y de la aristocrática madrileña, que de ambas capitales, como ya dijimos, van a gozar de esta sin igual romería.
El menestral abandona sus talleres y el comerciante sus negocios; el pastor recoge el rebaño en la majada y el labrador encierra en la corte el tardo buey y todos se dirigen a la gentil pradera a pasar el día más alegre que de seguro pasan todo el año.
Durante las primeras horas de la mañana veréis afluir a a aquella pradera largas hileras de gente vistosamente engalanada. Es costumbre entre los llaniscos comer ese día en Santa Marina; y unos llevan de sus casas, en grandes maconas, provisiones abundantes para toda la familia, contando siempre con algún convidado que al caso pudiera presentarse, y otros se proveen en los cien fonduchos que allí se establecen al aire libre. Y a la sombra de un árbol o a la margen de un arroyo, se improvisan opíparos banquetes campestres en que nunca falta en abundancia la rica sidra, amén de músico callejero que alegra el corazón con los sonidos de su instrumento. ¡Y qué aspecto presenta la pradera a la hora de la comida! Pálido sería cuanto a este respecto pudiéramos decir, por lo que mejor nos resolvemos a no decir nada.
La pradera y la ermita de Santa Marina pertenecen al pueblo de Parres que está orgulloso, y con razón, de poseerlas, y este pueblo es quien organiza los festejos, que pudiéramos llamar oficiales, entre los que figura el “ramu”, la misa solemne y la procesión, con su legendario “ofrecimiento”, el cual vamos a describir tal cual nuestro escaso cacúmen nos lo dicte.
Después de haber recorrido la procesión la mayor parte de la pradera, se detiene en un sitio determinado, donde al pie de frondoso castaño tienen preparado ya un pequeño altar; sobre él colocan a la santa para tener lugar el “ofrecimiento”. Todos se aglomeran a ver esta tan sencilla como devota ceremonia. Y así es que el pequeño corro que frente a la santa se forma, con frecuencia se ve invadido por la numerosa concurrencia que alrededor se apiña.
En el centro de este corro veréis al sencillo pastor, lo mismo que a la rozagante pastora, llevando en sus brazos el mejor cordero del rebaño, que es lo que constituye la ofrenda, vistosamente adornado con profusión de flores y cintas.
Tres o cuatro músicos ambulantes amenizan el espectáculo con aires pastoriles, que ejecutan en sus instrumentos, a quienes reemplazan las mozas del pueblo con bulliciosas panderetas.
A la orden del Sr, Cura de la parroquia empieza el “ofrecimiento” de los corderos que los devotos ofrecen, haciendo tres reverencias cuando se aproximan a la santa, y otras tres cuando, después de dejar la ofrenda en poder del mayordomo de la iglesia, retroceden. Dura esta ceremonia una hora aproximadamente, y terminada, de nuevo la procesión se pone en movimiento hacia la capilla, precedida de las “mozas del ramu” que, tocando las panderetas, andan para atrás, delante de la imagen festejada.
A todos cuantos acuden a esta romería llama la atención esa ofrenda sencilla de los pastores y, sobre todo, el fervor religioso y la fe sincera con que la ofrecen.
Allí se baila lo mismo la cadenciosa giraldilla que el violento “pericote”; el raudo vals que el entretenido fandango o la entusiasta y difícil jota. Allí se canta en todos los tonos del diapasón y al estilo de todos los pueblos, resaltando siempre el peculiar y hermoso de aquella tierra. Y por último, allí se ríe, allí se da expansión al ánimo y alegría al sentimiento; allí se olvida el pesar y el placer se recuerda; allí se goza en toda la extensión de la palabra.
¡Gratos recuerdos de lisonjeras impresiones deja en el corazón de los llaniscos esta nunca bien ponderada romería, pero aún en el transcurso del verano le esperan al corazón nuevas impresiones, nuevos goces, nuevas alegrías, que seguirán dejando en él las huellas de múltiples recuerdos!

Ángel de La Moría
[En "El Oriente de Asturias", semanario llanisco.]

Santa Marina, antaño

“Entre ocho y nueve de la mañana del día 18 de Julio, se disparaban unos cohetes en la plaza Mayor, como aviso para que los jóvenes nos fuéramos reuniendo a fin de emprender la marcha a la famosa romería en alegre caravana dispuesta a gozar de las alegrías campestres con que aquella nos brindaba. Unos llevaban acordeones, otros cantimploras para echar algún trago en el camino y todos con la sencilla indumentaria y el indispensable sombrero flexible, algo abollado y con el ala doblada para abajo representando, por un solo día al año, el papel de joven calavera, que deja al lado la ordinaria y forzada seriedad, para entregarse de lleno a la adoración del dios placer en un ambiente sano y entre mozas primorosamente ataviadas que, con sus encantos, convertían en soñado edén la soledad de la selva.
El viaje se hacía a pie, generalmente por el lado del río desde Pancar a la Llavandera y Melendro, a subir por un cueto que hay entre el molino de La Vega y Parres, charlando y cantando, ya predispuesto el ánimo para los goces en perspectiva, dorado sueño que la juventud llanisca acariciaba durante todo el año. Ya a las nueve de la mañana se veían por los caminos que conducen al lugar de la fiesta numerosas personas que acudían en hora temprana para no dejar de disfrutar un solo momento de las expansiones propias de la incomparable romería. La vega inmediata a la capilla estaba poblada de castaños y robles, y en el extenso prado, al Este de dicha vega, había también un espeso bosque, a cuya fresca sombra celebraban sus opíparos banquetes, sobre el césped, el Marqués de Gastañaga, el de Espeja, Mendoza Cortina y otras distinguidas familias que con sus manjares y exquisitos vinos y licores invitaban a cuantos se acercaban a aquellos sitios, bailando y cantando todos después, sin que hubiera otra diferencia de clases que el buen comportamiento, casi siempre irreprochable, y de una armonía y familiaridad que admiraba y sorprendía muy agradablemente a cuantas personas extrañas solían concurrir.
Antes de la procesión y ofrecimientos de ramos y corderos ya se celebraban bailes halagando al oído las notas de los acordeones y de la gaita y bellos aires cantados por aquella mocedad animosa y pacífica.
Las jóvenes vestían casi todas el elegante y airoso traje llanisco, confundiéndose, por tanto, las artesanas con las pertenecientes a las familias más distinguidas por su encumbrada posición social.
En la función religiosa hubo poco o ningún cambio, celebrándose en la misma forma que antes la procesión y ofrecimiento, y con el mismo carácter original y típico que en tal acto se ha distinguido siempre tal romería.
Terminado el ofrecimiento se diseminaba la gente por la arboleda para comer tendidos sobre el mullido césped, ofreciendo un magnífico aspecto los numerosos grupos que animaban la amplia vega, reinando tal fraternidad entre ellos que nunca se registraba una sola nota discordante, cambiándose mutuamente los manjares con que cada cual contaba en su improvisada mesa. Después, en cada grupo se organizaba un baile, oyéndose por todas partes alegres notas y armonioso cánticos entonados a coro por los jóvenes disputándose la supremacía de sus voces, cuyos ecos resonaban dulcemente impregnados de esa poesía popular que tan hondamente penetraba en nuestro ser, dejando en él placenteros e inolvidables recuerdos.
Después, las giraldillas aisladas y bailes en conjunto a lo llano, el pericote, y por fin, la danza...
Gloriosa Santa Marina
que estás al pie de Mañanga,
protegiendo a los pastores
cuando suben a la braña.
D. Félix Segura y D. Vicente Pedregal, que eran muy entusiastas de esta romería, han compuesto música parra muchas giraldillas de las que allí se cantaban. De don Félix recuerdo la siguiente, para la que hizo letra y música:
El amor es un bichillo
que por los ojos se mete,
y en llegando al corazón
no hay nadie que lo sujete.
Bailemos, pues,
fuera el dolor,
hoy es Santa Marina
niña divina
dame tu amor.
También recuerdo que don Vicente compuso música para las siguientes estrofas, que yo hice con el fin de ser cantadas por los jóvenes:
Es el verde césped
primorosa alfombra
y el verde ramaje
tupido dosel;
cantemos alegres
a su grata sombra
que en Santa Marina
se alberga el placer.
A los cánticos sonoros
que a este valle animan hoy
preferimos de las copas
el sonido halagador.
También escribí en otra ocasión la siguiente letra, con música de dicho señor Pedregal, y que me sirvió más tarde para el “coro báquico” de mi zarzuela “La romería de Santa Marina”, con música de don Estanislao Verguilla:
Bebamos sin tasa
y alegres cantemos
que breves las horas
de dicha serán;
bebiendo y cantando
la pena olvidemos
que a Santa Marina
se viene a gozar.
Disfrutemos de la vida
ya que un breve sueño es,
y dejemos un momento
de cantar para beber.
Un extranjero que por aquellos años concurrió a la romería y que, entusiasmado, recorrió todos los puestos y grupos llamando la atención por su raro aspecto, su dificultosa pronunciación y su gracejo y humorismo, me inspiró los siguientes cuplés, que posteriormente figuraron en dicha zarzuela y que pongo en boca de un lord:
Llamarme Jaime de Macaulay,
la Gran Bretaña ser mi país,
cruzar el mundo y en sus caprichos
la suerte mía traerme aquí.
Gustarme España, la noble tierra,
pero de España gustarme más
la hermosa Asturias por sus costumbres
en las que Llanes no tiene igual.
¡Yes!
Santa Marina para mí
una función muy bella ser,
y las muchachas que hay aquí
hacer de Llanes un Edén.
Si yo algún día torno a mi patria
de vuestras fiestas prometo hablar,
pues de ellas llevo dulces recuerdos
que de mí nunca se apartarán.
El regreso de la romería, al anochecer, se hacía también a pie, charlando y entonando canciones populares, de las que había extenso repertorio, aunque no faltaban algunos rezagados que a veces equivocaban el camino, como sucedió a uno que llegó a las cuatro de la mañana del siguiente día al pajar de la casa de Vieya, en compañía de un ciego que tocaba la antigua gaita gallega y de la famosa Bel cantando:
Gloriosa Santa Marina
celebramos vuestra fiesta
que es una fiesta divina...
Y tantas veces repitieron el estribillo que, despertando el viejo Xúpila, que tenía regular genio, salió de la cama convirtiendo el Gloriosa Santa Marina en una verdadera y gloriosa revolución matinal...”
Demetrio Pola Varela
[De la colección “Del Llanes antiguo”, en la obra de Demetrio Pola Varela, “Crónicas y Poesías”, Tipografía: “El Oriente de Asturias”, 1923, páginas (167 a 174) de las que hice una copia literal.]

Santa Marina
Ofrendan corderos
las mozas de Parres
a la santa de ojos
color de los mares.
Al pie de Mañanga
al pie de la ermita,
bendita la imagen
de Santa Marina.
Vinieron trotando
de pacer el césped,
con lazos de rosa
corderos de nieve.
Con lazos azules
y hocicos de rosa,
vienen los corderos
retoza y retoza.
En brazos de rosa,
en brazos de leche
las mozas los cogen,
corderos de nieve.
Bajaron triscando
desde las alturas
recentales negros,
brañeras pezuñas.
Con sus lazos rojos,
sus belfos de fauno,
los corderos vienen
color de pecado.
Y en castos mandiles
mienten suave infierno
el vellón nocturno
y el lazo de fuego.
Balidos rizosos.
Sortijas lanudas.
En rito pagano,
corderos de Asturias.
De gayos colores
las mozas vestidas,
Pan infante ofrecen
a Santa Marina.
Niña, tú a la santa
haz consagración
del cordero blanco
de mi corazón.
Celso Amieva
[“Antología poética de Celso Amieva”, Editado por el Servicio de Publicaciones del Principado de Asturias. 1985. Impreso en Mercantil -Asturias.]

Santa Marina y las galas llaniscas
A la sombra de la Sierra del Cuera y bajo el arisco corte de La Muezca de La Becerrera, la piedad elevó hace muchos años cierta capilla blanca, de estrecho porche, en cuyo fondo un altarín, confiando a la gracia de Dios, sostiene la imagen cándida de Santa Marina, la doncella que en 123 -un año de los del Apóstol- sufrió martirio. Tiene Marina, manto de oros y a los pies, abatido, el diablo.
La espadaña de la ermita guarda más que campana un aquilón de vocecilla cordera y en su frente un prado de verdes tiernos, siempre húmedos y como recién nacidos. En tal día vienen a la ermita gentes de Parres, andando por los caminos, con sus "ramos" de pan y de hortensias, y las de Llanes, por una carreterilla ondulante, con denguez y mimos de pomarada.
Llegan los de Parrres -porque la fiesta es de ellos- con la suya, el justillo, el "solitario" de bordado de azabache y el pañuelo, que recata el pelo, porque el pelo fue para el pudor aldeano, como para la vergüenza femenina musulmana, desnudez.
Nada tan bello como este traje de Llanes, cuyo encanto entra en la buena envidia de toda Asturias y gana hasta el mismo Oviedo, que le adopta como gala de la región. Colores pocos en la saya de terciopelo o paño; el rojo, el verde o negro y el avellana, que es el más característico y ahora llamarían "beige". Se ajusta al torso con una blusa de blanco bordado, por cuyas mangas bajan las cintas trenzadas; el corpiño es azul, de brocado, o amarillo, rosa o verde, y el "solitario" cubre la espalda y cruza el pecho con azabache en sus bordados y flecos. Y el pañuelo que se pliega, cruza, ciñe y aligera, es el más sencillo y complicado de los modos de colocarlo, distinto a todos los del Principado y de la cercana Galicia. La chaquetilla, del color de la saya, va al hombro, en la más pizpireta de las posiciones.
Con este traje vienen las niñas de Parres, y las mozas con sus ramos para la ofrenda de Santa Marina. El fuerte cuero de los zapatos pisa los charcos del camino, porque el cielo está gris y la lluvia se enracha y sabe a mar. Delante, llorea majestuosa su gaita, Manolo Rivas, que es el "Antonio Bienvenida" de su arte. Acompañan el paso de las sonajas de las panderetas, en un ritmo astur tan viejo como el Tiempo. En la misa, esa tenue vibración que apaga el viento y el rumor de los árboles por él batidos, acompañará al instante supremo, cambiando levemente su son al azar, el sacerdote.
Terminada la misa, en la pradera se hace sencilla procesión, mientras turba la paz el estruendo de las bombas. Esta procesión, que precede a la ofrenda de los "ramos", tiene la entrañable característica de no dar nadie la espalda a la imagen. Los que van delante, las aldeanas engalanadas, caminan hacia atrás, y una de ellas golpea el tamboril, dando al paso y a los panderos su norma, mientras la campanita, nacida para la suavidad, el ángelus, replica alborozos por la mano de un monago difícilmente encaramado en la espadaña.
La ofrenda. Asturias ha conservado sus tonadas y cantos de risco, montunos, nacidos en la braña y en la soledad. Saben a paz, después de una batalla, como si las mujeres de los hombres de Pelayo, les rezaran para agradecer la vuelta de los héroes. No ha entrado en ello ni una sola nota nueva, quizás no sean más de cinco las que juegan entre ritmo igual emocionante de los minúsculos. Estos se alzan apenas veinte centímetros de la mano izquierda que los recibe para golpearlos suavemente. Y las voces no se alzan ni buscan lucimiento.
Cuando dicen el verso inicial y el coro completa el romance:
"Venimos Santa Marina,
alegres a saludarte
para que de luz divina
cubras al pueblo de Parres".
Largo el romance, con el mismo ritmo siempre, avanzando las solistas en cada verso un paso, hasta que al pie de la imagen terminan arrodilladas. Sus compañeras las siguen y completan la ofrenda. Unas mujerucas y una niña han ido en la procesión con sudarios: es la promesa por algún mal grave del que sanaron. De ese tono de conseja el clima, la luz de la tierra, esas vedijas de niebla que se enganchan en el bosque de la sierra y que durante muchas horas se espesan hasta borrar los picachos y convertir el horizonte cercano y fiero en bóveda infinita de un cielo bajo, tacaño en azules.
Luego la gaita gorjeo alegre y la danza es nueva ofrenda a la santina. Y ya en la tarde, cuando la sidra ha regado la tierra y calentado las molleras, otra danza se impone, pero para ésta sobra la gaita y están fuera de lugar las galas llaniscas. El mambo y el bolero, también se deslizan por entre las zarzas y los gromos, ¡qué verdín más cálido el de sus flores humildes, de los montes asturianos!
Luis de Armiñan
[Es una copia literal del libro: Antologíaen la serie de publicaciones “Temas Llanes, nº 36”. 1987, (Págs. 97, 98 y 99) del semanario "El Oriente de Asturias".