AL LECTOR:

Narraciones de hechos y acontecimientos recordados por el autor; otras recogidas de la tradición oral y escrita.

viernes, 22 de diciembre de 2023

Ruta molinera del Melendru

 Primer tramo
               Es frecuente ver en la villa grupos de personas que quieren conocer el callejero y las casas más nobles y señoriales o aquellas donde algún suceso reciente, como el rodaje de una película, se dio. Escuchan con atención, estoicamente, las explicaciones que dan los guías turísticos mientras tratan de ver en las edificaciones los restos de esa nobleza que con orgullo se les muestra, como si les interesase saber de sus nobles y regios moradores. Y no está nada mal este paseo por el casco viejo y las angostas callejas que trasiegan el calor al mar. A veces, las tan preparadas explicaciones se ven cortadas por el ruido de los vehículos que no hubo manera de dejar aparcados en las afueras, muchas veces por vagancia y otras por pura necesidad. Es posible que lo que entre por sus ojos y por sus narices sea más que suficiente, ya sea el olor salobre de la ría o de los fogones donde se fríen los productos arrebatados a la mar. Puede ser que unas palabras sueltas, el olor y la vista romántica del Llanes medieval sea suficiente pago para el largo viaje realizado en cualquier época del año.
             Esta semana a través de esta página llevaré a nuestros lectores, quizás desde sus casas, por una ruta, donde sólo oirán hablar de la nobleza de las gentes que allí dejaron sudor y vida, tan importantes como la de aquellos que dejaron sus ostensibles blasones en las piedras de la Villa.
Provistos de mochila y de bastón saliendo del puente nos metemos por el hermoso parque en la ribera izquierda del río, Usaremos, para entendernos, el código aplicado en geografía por el que se mira siempre correr las aguas para decidir si es izquierda o derecha, de esta forma nos evitaremos malentendidos. Este parque se conocía anteriormente como el “mataderu” y aún se preserva la edificación rehabilitada como Museo marítimo. Ahí, en esa pequeña vega se hacían las verbenas de las fiestas de La Guía, al lado del desaparecido y noble teatro Benavente, exposiciones de ganado y otros eventos. Salimos a la calle siempre a la vera del río. En frente, cercana a una casa que parece sostener el talud de la carretera de los Altares, se conserva incrustado en el paredón de piedras almohadilladas el arco de una fuente que dio agua a los vecinos y la vertía al río justamente donde estaba el lavadero. Me recuerdo sus depósitos llenos de ropa añilándose y el olor a jabón chimbo. Inclinadas sobre sus tablas, las mujeres frotan y frotan con sus blancas manos mientras conversan a voces para vencer el rumor del río y el griterío de los chiquillos que cazan renacuajos en las arenas sedimentadas donde nacen unas matas de berros. Las aguas del río liberadas del largo y sinuoso trayecto desde las cuestas, se retiran a descansar en el mar. Surgen de entre los arcos del viejo molino de Cagalín de José Noriega, preparado tanto para la molienda como para obtener, por medio de una dinamo, la energía eléctrica que iluminó las casas de la villa y fábrica de hielo. Purón, Carrocedo y Bedón darían luz a nuestra infancia. Aprovechaba el último desnivel importante del río tras el puente de Cagalín donde tenía la presa. Seguimos en busca de la nueva ruta abierta por las fincas de La Bárcena, hasta salir a la carretera de La Portilla. Antes del pequeño puente que cruzamos, a la derecha estaba el penúltimo molino para el río, para nosotros el segundo en encontrar. Su último dueño, Ricardo Sánchez Noriega, Rico, de Cue, se vino a vivir a Pancar a la casa de Manuel Sánchez Noriega, conocido como El Coritu jefe del Batallón de su mismo nombre en la contienda de la guerra civil. Rico, su mujer y sus dos hijos mantuvieron activo el molino de una muela que llevaba su nombre en La Carúa.
Seguimos la señalada senda hasta adentrarnos en el comienzo del pueblo de Pancar. Esta vez vamos por la parte derecha del río. Las casas del Cuetu Molín se asoman al río para refrescarse. Podemos cruzar el puente y veremos apenas entre malezas y arbustos, en total ruina los muros del molino con dos muelas y la serrería del Tío Perico, padre del Nino quien se hizo famoso por mantener el folclore del pericote en sus raíces y llevarlo en sus corizas a escenarios del nuevo continente. Lo recuerda la letra en una de sus estrofas: “A bailar el pericote/ vino el Nino de Pancar,/ porque Tere y Vicentina/non supiéronlu bailar”, cantábase así en Parres.
Retomamos la senda que nos deja al lado del tercer molino de dos muelas de nuestro recorrido. Aníbal y Cesárea padres de Pepín y Valentín tenían una bolera al lado del molino y era un rincón donde se juntaban los amigos para tomarse unas sidras, bajo los chopos del río. Valentín, su mujer y sus hijos mantendrían las muelas alternando con el trabajo en la extensa ganadería de producción lechera que tuvieron. A Valentín se le veía entre los romeros pancarinos para cortar, transportar y plantar la hoguera de San Pedro. Hacían la entrada triunfal con Valentín a caballo sobre la cabeza del palo, llevado a hombros de todos los mozos, en una mezcla de alarde de fuerza y homenaje a este entusiasta vecino.
             Seguimos la ruta al lado del río y justamente cuando parece abrirse el valle de La Vega, bajo el Cuetu Escrita, quedan los restos de otro molino de una sola muela, medio escondido y cuyo descubrimiento lo hice fortuitamente cuando buscaba alguna subida al montículo donde de pequeño iba a buscar la hierba para las vacas en una finca que llevábamos, porque siempre me dio que pensar su nombre, sobre todo, desde que conocí el Peña Tú, si habría alguna inscripción o grabado en alguna de sus numerosas rocas calizas. Aquí hay que cruzar el río y tomar una pista, viejo camino desde Pancar hasta Las Mestas y Bolao, que discurría paralelo a las vías del tren, y que pasa bajo la autovía. Cruzaremos las vías poco antes de llegar al puente metálico del ferrocarril. Se ven cercanos los restos del Molino de La Vega que trabajaba con tres muelas. José y María, los de la Vega, criaron en él a sus tres hijos: José Ramón, que sería mecánico de bicicletas en la plazuela del Cotiellu; Pedro que seguiría con el molino y la carpintería de su padre y Benigno con su taller y tienda de relojes en la plaza. Hoy las bardas y las hiedras se empeñaron en abatir y ocultar los restos del abandonado molino.
             Podemos seguir por la finca hasta cruzar la vía con mucho cuidado por la cercanía del túnel o volver los pasos para cruzarla mucho más seguros al lado del puente de hierro y llegarnos hasta el sexto molino de nuestro recorrido. Esta construcción ganó la batalla al tiempo a costa de ver modificada un poco su estructura como vivienda.
Es el molino de Las Mestas de dos muelas que habían regentado otro matrimonio cuyos nombres, curiosamente también eran José y María, los de las Mestas y su hijo Pepín. Tenían bar en el mismo edificio del molino y en temporada bolística lo servían en la cercana bolera. María preparaba tortillas, tortos, chorizos y mariscos para la merienda de la gente que habitualmente acudía de Llanes por las tardes. José tenía un puesto de sidra que llevaba por las fiestas en su carro y caballo. De paso recogía las sacas de maíz por los pueblos y devolvía las moliendas hasta los lugares más alejados. Ejercía también el oficio de pesador cuando los san martines. El Ayuntamiento fiscalizaba entre otras cosas, la matanza del cerdo en las casas y cobraba un impuesto acorde con el peso en canal de la res. José, cuando acababa la labor con la romana, preguntaba medio en broma, medio en serio, por el xatu o la oveya, pues era costumbre completar la labor con el sacrificio de algún otro animal que no siempre se declaraba.
Más de uno, creyendo la broma veras, pensaba que a José algún vecino de mala idea le había dado el soplo y él solo se delataba sin más. A José se le fue la vida en un accidente con el carro cerca del puente Purón cuando regresaba de entregar las moliendas en la tienda del Trisqui en el Joyu´l agua de Puertas.
Seguiría atendiendo sola el molino María, unos años más, período de tiempo del que yo tengo memoria acudir a llevar la molienda.
Posteriormente el molino lo compró en México a sus dueños, Pepe Junco, “Pepe el Curru” y lo atendería un cuñado suyo, casado con Lisa, Camilo Fernández y sus hijos Pedro y Camilín, hasta que se cerraron definitivamente sus compuertas y el río continuó su vereda sin interrupción, vega abajo.
Podemos aquí hacer una pausa si el día no da para más o las piernas están ya cansadas. Retomemos el camino y volvemos nuestros pasos. No queda otra, salvo salir por la Arquera por el arcén de la carretera y con mucho cuidado por el tráfico rodado.
Esta puede ser una ruta para un grupo determinado de edad y condición física. Antes de partir, siéntense a tomar el bocadillo que celosamente guardaban en su mochila y refresquen el agua de su cantimplora en las aguas del río al otro lado del pequeño y desvencijado puente de madera. Escuchen la armoniosa melodía del río e imaginen el ruido de los rodeznos bajo los puentes de piedra del viejo molino.
Segundo día.

Quedamos la semana pasada, lo recuerdan, contemplando las aguas del molino Las Mestas. Esta segunda etapa del camino, puede resultar más enrevesada de contar que de recorrer, así y todo trataré de llevarles por los caminos, aunque debamos para evitar rodeos, pisar la carretera.
Si salimos de Llanes, tomamos el desvío a La Pereda y Parres que hay en la segunda rotonda sobre la auotovía y podemos aparcar antes del paso a nivel. Una vez atravesadas las vías, el primer desvío a la derecha, nos lleva hasta el molino de Las Mestas, donde lo dejamos la vez anterior. En ese camino, a la orilla izquierda están los restos de otro molino de una sola muela. Una cancha de tenis ocupa el sitio de la vieja bolera, bajo la sombra de los plátanos. Este camino solía anegarse con las crecidas del río que viene desde la fuente de Las Herrerías, por las fincas de las Mimosas.
Seguimos, pues la carretera en dirección a La Pereda y damos con un conjunto armónico de casas restauradas en el barrio de Bolao donde vivieron Arturo y Aurora con sus dos hijos, Manolo y Vicente. A la derecha, un camino de carro nos lleva, por la Palaciana hasta Parres y será por el que regresaremos. 
La siguiente casa que encontramos a la izquierda pertenece a la familia de creadores e integrantes del Coro que lleva su nombre, Antonio Cea y Hortensia Gutiérrez con sus hijos, Toño y Gema y los hijos de ésta, Conchi y Emilio. Conservo de “Las Mimosas”, el recuerdo de un campeonato de bolos en el que jugaba mi padre de pareja con su hermano Eduardo y me llevó en su bicicleta. Olorosas mimosas plantadas a orillas de la bolera, dan nombre al sitio donde también existió un merendero. 
Caminados unos veinte metros y vemos un desvío a la izquierda por el que podríamos seguir en otro momento hasta la capilla de San Felipe en Soberrón, al pie del Picu Castiellu. No obstante, aprovechamos para echar un vistazo al entorno y lo seguimos algunos metros. Veremos una torre del transformador que daba corriente a la mina de piritas escavada a cielo abierto. El profundo y extenso pozo quedó anegado desde que se rompieron en mil heridas los veneros que lo cruzaban y ahora vierte las aguas sobrantes en un riachuelo que las lleva hasta encontrarse con el ríu Vallanu poco antes del molino de Las Mestas que ya conocemos. 
A la derecha, hay un bosque de eucaliptos y por un sendero si andamos unos cincuenta metros damos con la Fuente las Herrerías, delante de la cueva de su nombre. A poco que miremos en el lecho del agua encontraremos unos bloques informes de mineral, más pesado que las rocas de areniscas que lo forman y que a mi juicio dan nombre al lugar. Muchas personas piensan que se refiere a una posible serrería, pero es más creíble que fuese una herrería, por el citado mineral de hierro, que además presenta signos de haber sido fundido. Otras más piensan que es el mismo mineral que se sacaba en la mina de Bolao que está justo al lado del camino por el que entramos, pero la mena que se extrajo en ella, era la pirita. Aprovecho para señalar otros sitios por los que me encontré con los mismos o parecidos minerales que en esta fuente, y curiosamente también cercano a manantiales y cursos del río. Son estos: El nacimiento del río Cabra, junto a los molinos de la Borbolla; en el bocal del río Purón, junto al puente de madera que lo atraviesa por la senda costera de Puertas; en uno de los caminos de La Galguera a Soberrón, formando muros de las fincas junto a otros cantos calizos y de arenisca; en el Purón, donde se le junta el río Barbalín, pasado el puente que lo cruza, recorremos su orilla derecha en dirección al mar y cerca está el sitio que se conoce como La Herrería, que ayuda a confirmar lo expresado hasta ahora; en Parres, en el cueto La Mina, pueden hallarse este mismo mineral de hierro y otros más sitios que darían para otro trabajo de campo.
Dejamos la visita a la cueva para otra ocasión también el camino a Soberrón y regresamos a la carretera que tras leve subida nos deja en un pequeño e imperceptible puente que cubre las aguas del Ríu Janu que nace en Fuentecaliente, en La Riega y sigue por Las Pisas, donde antaño movía los batanes para hacer el paño y, más abajo, por Los Molinos. El prado del Pedrosu, donde jugué de niño con mi prima Tere, conservaba el molín de Janu, hoy cubierto por las arenas de la explotación de sílice.
Seguimos andando carretera adelante. Las viejas casas nos contemplan pasar y nos hablan en silencio del recuerdo de sus moradores: la Casa de Juanito y Joaquina Luchana y su hija Chelo, a la izquierda. El camino de la izquierda nos lleva hasta la Vega El Rey; el de la derecha, al bar la Roxa, a Corisco y Vallanu. En alto, El Coteru, la casa del Tío Félix Hano y la Tía María Fernández con sus hijos: Concha, Amparo, Enedina y Ramón, casado con mi tía Jandru y padres de mis primos, Tere y Félix. Nombres y más nombres que se pierden en la neblina de mi infancia. Mientras tanto, nuevas casas a la izquierda de la carretera de modernos estilos, como queriendo diferenciarse de las demás, sin integrarse en el paisaje, desoyendo los principios más elementales entre los que estaría el respeto por la toponimia del lugar.
La caseta de La Diputación a la izquierda y un camino que nos llevaría al monte, por la Cuesta del Caballu para entrar por el Texéu camino de Viango. A la derecha otro camino nos lleva también a Corisco y Vallanu. Unos metros más y hay un puente sobre el Ríu Xixón que nace en Las Fuentes, donde el Jogu de las Maconas, atraviesa Los Jorcaos, Los Pasucos, y las lleva al encuentro del ríu Vallanu que las deja en el punto que ya conocemos en el molino de Las Mestas. Hay que parar en las camperas del recinto de La Guadalupe para tomar pausadamente sentados en el pórtico el agua fresca de la cercana fuente. Contemplaréis esqueletos de los castaños que otrora cubrían con sus sombras los bailes y los puestos de sidra y avellaneras el día de la fiesta, siempre el 2 de agosto. La Escuela, la casa Conceju, la bolera, el jerraderu, la Cueva, el lavaderu, la fuente y el bebederu, son recuerdos de piedra viva que nos hablan de un pueblo agrícola y ganadero y unas gentes para mí tan familiares.
Es preciso continuar y dejar la nostalgia para caminar por la carretera hasta Santa Marina. Las últimas casas nos dejan paso al Bolugu. En el cueto de la derecha, tras pasar el almacén de Raúl Villar, están olvidados los muros de la capilla de Sant Hilario, conocido como “Santilar” donde de crío aún pude encontrar restos de alguna imagen en escayola o del techo y que llevaba como verdaderos tesoros para pintar con ellos en los portales de la escuela o en el pórtico de la iglesia las rutas ciclistas que hacíamos con las chapas de las botellas. Bajamos la pequeña cuesta y damos con el puente sobre El Melendro, nombre que le viene sin duda del melandru, tejón, tasugo, que se esconde en las cuevas y así el río se aboluga, se esconde, en las cuevas del Bolugu, para resurgir en Corisco en un hondo y estrecho valle para mover la única muela del molino junto a la cueva de Covarón, de José, Leonor y de sus hijos Ramón Antonio y Rosi.
           Pasado el puente, nos encontramos a la derecha con la casa de Lucía, la pastora de Requexu que lucha contra el paso del tiempo, mientras se desarma el cortavientos de piedra y la techumbre apenas puede sostenerse en las podridas vigas. Fijémonos en la pequeña cuadra que hay en el prado enfrente de la fachada de la casa, porque más adelante les hablaré de algo relacionado con ella.
Nuevas edificaciones en el Bosque Gidio a la derecha, donde estaba la cuadra de Saturno González, tío abuelo mío, hoy seccionado en varias fincas con sus chalés y casas. Enfrente otros dos chalés modernos y pasados estos hay un camino a la izquierda, que nos lleva a la fuente de Moscadoria. Solía yo de crío acompañar a mi madre a lavar la ropa. Yo jugaba por el río represando sus aguas y botando pequeñas embarcaciones que hacía con las mollejas secas de los plátanos. Allí se juntaban normalmente varias vecinas con sus respectivos hijos lo que hacía más entretenido el trabajo para ellas y para nosotros el juego, aunque acabásemos, la mayoría de las veces, totalmente empapados de salpicaduras y resbalones. Ellas tendían, si el tiempo era bueno, las sábanas en los campos y el resto de trapos sobre las bardas para recudir el agua. Existe muy cerca una cueva de amplia entrada que quizás dé lugar al paraje por ser donde el ganado de pasto acudía a moscar en los cálidos días de verano y al río para beber. En la Guerra Civil protegió en sus entrañas se resguardaban los vecinos de Parres y de la Pereda de los bombardeos, que preparaban la batalla de El Mazucu como se la conoce en el Alto de la Tornería, la más dura de las sufridas en la zona Norte.
Dejamos la fuente, no antes de refrescarnos con las aguas del manantial, cerca de los depósitos del prado vecino, donde se ven bien a las claras la construcción cementada. Esta agua, con toda seguridad, resurgente de la que proveniente de la Arenal, tiene todos los visos de ser de nuevo encauzada para el calce de otro molino en Requexu, frente a la casa de Lucía, y que dejé para este momento la explicación. Seguimos la carretera hasta las camperas de Santa Marina. Se puede divisar la capilla entre los ramajes de viejos castaños de indias, unas encinas, posiblemente testigos de algunos siglos atrás. Volveremos aquí, pero antes hemos de tomar el camino de la izquierda en dirección al monte porque llegaremos por él casi al naciente de las aguas de nuestro río principal con el que comenzamos en Llanes la ruta. Digo principal porque es su cauce el único que tiene caudal continuo en todo el año. A poco de dejar la carretera se le unían a él las aguas del alto La Lisar, Salto Clara, El Coz, La Fuente la O y Fuente los Vaqueros, acumulando en su sinuoso cauce las aguas de otros manantiales menores atravesando así La Retuerta, Los Carriles, Mataoveyas y Santa Marina, lo que le haría ser el cauce principal, pero en época de estiaje, las aguas desaparecen por completo en el fondo kárstico.
Nuevas casas rehabilitadas en sitios de la Puntiga y un camino ascendente, cubierto de arena nos acerca a nuestra meta, el primer molino que funcionaba con las aguas del río La Arenal que cubrió durante su larga historia geológica, con una espesa capa de sílice el valle por el que discurre. Hasta estos parajes de La Arenal venían a por piedras de arenisca poco consolidadas, las “areneras”, que las llevaban a vender por las casas de la villa y en La Plaza de Mercaderes. Un recuerdos para Luquinas de Cue y Cionina de Bojes que las trasladaban con su viejo y sufrido burro. Son piedras de arena blanca y rosácea que se usaban para bruñir las chapas de hierro colado que hacían de cimeras de las cocinas llamadas “económicas” por usar tanto el escaso carbón, la turba y la leña de los montes. Las aguas extremadamente frías de La Arenal brotan debajo el Picón de los Riucos, posiblemente provenientes del corazón de la Cordillera del Cuera, o de sus escorrentías llevadas a La Olla del valle Viango, surtían de agua a los depósitos desde los que se suministraba el agua al pueblo de Parres. Si nos situamos en el camino dándole la espalda, encontraremos el calce del agua y los restos del molino de La Arenal de Rosario Noriega, vecina de Parres en el barrio Tamés, dueña también de la finca de los depósitos en la que se pueden ver la casa y cuadras de La Arenal, deshabitada desde los años sesenta.
Luis Santoveña, vecino de Vibaño había venido a trabajar como molinero a la Arenal. A la vez que atendía el molino labraba preciosas madreñas o trataba con acierto las dislocaciones de huesos de quienes acudían a él. No había atención de urgencias, pero sí gente con ese don especial enseñado de padres a hijos. Como Luisón, nombre que recibía por su gran fortaleza y buen corazón como otras personas que atendían de manera desinteresada a quienes confiaban a ellos sus dolencias.
Luis se casó con Carmen Gutiérrez, hija de María la Grilla y hermana de: Vitorina, María, Milia y Félix el Grillu (bisabuelo paterno). Tuvieron tres hijos: Manuel el de La Vega Quintana de La Pereda, Felipe y Gavino que formaron familias en La Galguera. Los tres hijos ejercieron el oficio de madreñeros como su padre. Una vez cerrado el molino de la Arenal, Luis Santoveña administró el molino de Las Mestas.
Volvemos a la carretera hasta el campo de fútbol de Parres. La elevación que tiene hoy sobre la carretera se debe a los trabajos de desmonte de un cueto que había y de relleno, iniciados por los vecinos antes de la guerra y continuado unos años después de finalizada. El lugar del campo era un cotero de arenas blancas resultantes de la sedimentación del río que mencioné anteriormente. La fiesta se hacía en el robledal de Gregorio y Anita los del Palacio, que había a la izquierda del campo y que hoy es un prado llano heredad de la casa del Curru en el barrio La Casona de Parres, en el que antes de la existencia del campo de fútbol actual, se jugaba entre los árboles. Para los partidos en los que competía el equipo parragués contra otros pueblos, Gregorio y tía Anita del Palacio prestaban una finca llana y sin árboles al otro lado del camino que rodea la pequeña vega de Santa Marina y vendió a Fernando Gutiérrez González. 
          Mi padre me da la relación de jugadores del equipo de fútbol parragués que se enfrentaban a los de Porrúa, Poo y Cue donde tenían como fichaje al también célebre boxeador Esmel. En el “Parres” destacaban entre otros: su hermano, Jesús el de María la de Félix y Santos, Pandín y Pandón; su primo Paco el de tía Anita; Felipe, Camilo y Mon de Manuel y Melia; Ricardín; sus primos Ramón y José de Vallanu; Severino, Luis y Pancho de David; Fernando, más conocido como Guirni, hermano de Águeda, Aurelia, Lorencín... hasta once hermanos, la mayoría exiliados a Francia y Rusia cuando la guerra; Manolo Tamés; Juan y Ángel de Ursino. En la portería, Eusebio, de Kiko y la tía Malena que era además el encargado de mantener el balón, repararlo y coserlo si era preciso; aparte de su conocimiento de la lezna, Eusebio tenía habilidad para hacer estrofas con los acontecimientos y actividades más sonadas de la mocedad. Un hermoso plantel, todos ellos nacidos anteriormente al año 1918 y que sufrieron las consecuencias de la guerra civil fraticida.

Bajamos de Santa Marina”, como dice el cantar, pero bajando hasta Parres. A la derecha, hay un restaurante, La Casería de Santa Marina, en la finca de Manuel de Jacinto, que abre sus puertas a los clientes para disfrutar tanto de sus especialidades culinarias como de la tranquila y hermosa vista al Texéu. A la izquierda de la carretera queda la Casería de Modesta y bajamos hasta Trescoba para después subir por el Picu la Concha a dar vista al pueblo. 
En la bajada, a la derecha hay un camino que nos lleva de nuevo a La Pereda, junto al Bar La Roxa, después de atravesar el barrio de Corisco, perteneciente a Parres. Abajo a la derecha puede verse un valle cerrado y surcado por el juguetón Melendro que tras haberse escondido en El Bolugu, se deja ver para ir a mover la rodela del molino y vuelve a encovarse en Covarón para atravesar el cueto y aparecer de nuevo en Covarada, en Vallanu. 
Este molino fue construido por el tío Perico, padre de José, último molinero. Las muelas las trajo de otro molino de su propiedad cuyo asentamiento podemos identificar si seguimos una pista abierta hace unos años, junto a una columna de la luz, y bajamos por ella hasta el encuentro del agua en Covarada. Aún se pueden ver bien conservadas las paredes de la casa y cuadra del tío Perico y bajo la cueva se pueden ver los restos de construcción donde había instalado el molino trasladado por él hasta Corisco. 
Salimos en subida a lo alto donde están las casas del barrio de Vallanu por un sendero y torcemos a la derecha siguiendo el camino en bajada hasta la Calzada, tornando a la derecha. Dejamos el camino que a la derecha sigue hasta la Pereda y tomamos el central, pues el de la izquierda nos lleva a las últimas casas de Parres en Cuetupuñu. 
Atravesamos el río por un pequeño puente sobre el río Vallanu, que no es otro que el mismo Melendro, pues el mismo río recibe los nombres de los lugares que atraviesa hasta su desembocadura en Llanes donde se le aplica el nombre de Carrocedo. Si atravesamos por las paseras junto al puente el muro de la izquierda, seguimos por un sendero paralelo al río hasta tropezarnos con otras paseras en un muro alto tras el cual ya podemos ver el molino de Las Mestas, descrito y desde donde podemos caminar a la izquierda para salir a Pancar, La Carúa, La Portilla y Llanes en el Barrio del Cuetu y Cagalín, de donde partimos, o seguir a la derecha por el camino hasta la Palaciana, casi tomado por los avellanos que crecen en sus orillas y que es un acceso a Bolao, desde donde partimos este segundo tramo de ruta molinera y donde da fin esta guía.  Con posteridad a la primera publicación de este tema, descubrí con asombro otros restos de molinos que aprovechan las aguas de afluentes al Melendro. Uno de ellos se puede localizar cerca del molino de las Mestas, por un camino que parte por la derecha del túnel que suele cubrirse de agua y está por detrás de la finca de Tere y Pepito. Otro más, lo conocí cuando segaba con mi padre la finca de mi tío Saturnino. Había en la hondonada entre numerosas rocas los restos de una gran edificación cercana a un riachuelo que encueva con toda seguridad hasta el Melendro. El siguiente, se encuentra siguiendo el camino a la izquierda de la finca de la Polla, hacía la fuente de la O, en una finca que queda por debajo del camino, pero nadie me dio referencias de su dueño ni tan siquiera el nombre de la finca o dueño o dueño. Por dar explicación aquí sobre el origen del término Melendro, que ya expliqué en otra entrada, diré que proviene del término Melandru, Meles meles, nombre científico, referido al tasugu, que se esconde cuando se ve acorralado. Curiosamente en nuestra llingua se llama tasugu a la persona que se oculta por timidez. Estoy seguro de que puede haber más. Los molinos, por una legislación pasada, fueron adjudicados a la iglesia, por lo que el molinero, de la maquila que tomaba de cada molienda que le llevábamos lo vendía a los comercios y un diezmo de ese dinero iba a las arcas de la vicaría. En las aldeas perdidas por las agrestes tierras alejadas de la capital del concejo, los párrocos se encargaban de recoger esos diezmos y tenían poder de adjudicar el molino a otra familia cuando la anterior no podía seguir con él.

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